Nunca hemos contado con tanta buena información sobre lo que ocurre en nuestro cerebro, en nuestras sociedades y en la naturaleza. Y nunca ha sido tan difícil comprender y emplear esa información, para actuar de manera consecuente.
Como investigador y “profe”, mi primera tarea intelectual consiste en aprender y conectar información de fuentes diferentes. Desde estudios especializados hasta testimonios directos en el campo. El tiempo nunca alcanza para absorber mares de información y procesarla de forma coherente. Me amenazan las fuentes engañosas, los errores de interpretación, las cifras y unidades trastocadas y los datos cruciales y huidizos. Todo, antes de enfrentar, ante el papel o la pizarra en blanco, el desafío de comunicar, con sencillez, amenidad y amor por el lenguaje, ideas y fenómenos siempre enrevesados. Quién lo diría, es muy emocionante.
También frustrante. Por las limitaciones propias, claro. Pero además, porque muchas personas honestamente interesadas en aprender, sean trabajadoras o estudiantes, carecen de elementos fundamentales para procesar el más básico mensaje.
¿Sabe usted qué significan los “milímetros” de lluvia? ¿Calcular una cuota crediticia? ¿Qué condiciones mínimas permiten determinar la causa de un efecto? Yo solo sé dos de tres. Y hablamos de cuestiones vitales como el agua, las finanzas y la capacidad de decidir dónde actuar para obtener cualquier cambio deseado.
Finalmente, los cambios contemporáneos, por mucho que nos bombardeen con ellos, han rebasado nuestra imaginación y nuestra capacidad de comprensión. Por ejemplo: En 2018, el IPCC, el grupo mundial de personas de ciencia encargadas de entender el cambio climático, comparó los efectos de un calentamiento global máximo de 1.5 grados centígrados, con los efectos de sobrepasar esa temperatura. Por debajo, enfrentaremos graves daños y pérdidas. Por encima, será apocalíptico y sálvese quien pueda. El IPCC concluyó que “para limitar el calentamiento global a 1.5 °C, se necesitarían cambios de gran alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad.” Una revolución social nunca vista. Nada menos.
Pero el informe fue rápidamente malinterpretado, porque se confundió el manejo científico de la incertidumbre con certezas inexistentes: “El IPCC dijo que tenemos doce años para actuar contra el cambio climático”. No los tenemos.
Como vamos, es probable que alcancemos 1.5 °C de calentamiento excesivo hacia 2030. Para tener una buena chance de no sobrepasar ese calentamiento, debemos empezar a reducir nuestro consumo de carbón, gas natural y petróleo ahora mismo. Llegado 2030, deberíamos estar bombeando a la atmósfera la mitad o menos de los gases de combustión que producíamos en 2010. Es decir que antes de 2030 debemos “regresar” al consumo de energía fósil que teníamos en los años setenta (¡!) Poco después, la producción de gases de combustión necesita alcanzar niveles casi nulos. Pero si restamos “2030 - 2018 = 12 años”, pensaremos erróneamente “ese es el tiempo que tenemos”. No, no tenemos tiempo.
Nuestro mercado vecinal se incendia. Estamos relativamente cómodos; pero estamos dentro. Si salimos antes de cinco minutos, podríamos salvarnos. ¿Continuaremos, cinco minutos, tomando jugo o saltaremos por cualquier hueco, hacia una sociedad sin precedentes?
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