A pesar de que aún seguimos en medio de la lucha contra la pandemia de la COVID-19, entre la bruma podemos vislumbrar los cambios que ella trajo consigo: la aceleración de la virtualidad (desde la escuela a los trabajos, desde el turismo hasta el entretenimiento), la toma de conciencia de nuestra vulnerabilidad como sociedad (e incluso como humanidad), el reconocimiento de que aún nos falta mucho para dominar la Naturaleza (especialmente a escala nanométrica, como los virus), la destrucción de muchos paradigmas económicos (principalmente aquel que señala que a más crecimiento, mayor empleo), entre otros. Y nos damos cuenta de que la Cuarta Revolución Industrial hace años que ya convive con nosotros y que ha sabido adaptarse a la realidad postpandemia.
Si bien el mundo estuvo en algunos momentos detenido, no ocurrió lo mismo con la frenética actividad de investigación en los principales laboratorios del mundo. La consultora tecnológica Gartner nos sorprendió al señalar que, a pesar de la pandemia y sus subsecuentes cuarentenas, más de 1700 nuevas tecnológicas se encontraban en fase de desarrollo, lo cual nos permite vislumbrar, no una “ola” sino un verdadero “tsunami” tecnológico en los próximos años. Nunca ha sido más clara y verdadera la frase “el mundo ya no será el mismo”.
El despliegue en los próximos años de las tecnologías transformadoras basadas en la convergencia tecnológica NBIC (Nano-Bio-Info-Cogno) van a generar cambios significativos en la economía y en la sociedad. ¿Estaremos preparados para ellos? Dos son las principales condiciones que nos exigirán para no perder el paso: una educación tecnológica de alto nivel que cruce la barrera generacional (aprender o morir) y una infraestructura permanentemente actualizada que permite mantener alta la competitividad de las naciones (para beneficio de su población: empleo digno, medio ambiente saludable, servicios públicos de calidad, seguridad, etc.).
Por primera vez en la historia de la humanidad, hoy en día podemos conocer bastante bien cuáles podrían ser los escenarios del futuro, gracias a la ciencia prospectiva. Muchos gobiernos y corporaciones vienen desarrollando sus estrategias de mediano y largo plazo en base a estudios serios de prospectiva, para no perder el liderazgo político y económico. Para ellos el año 2030 está a la vuelta de la esquina, y son capaces de conjeturar cuál será su rol como nación u organización en el mundo en la siguiente década.
Pero en medio de esta carrera tecnológica, pocos se detienen a pensar si el cambio que producen las tecnologías emergentes nos va a llevar a construir un mundo mejor. No es que uno sienta particular afición por las distopías, pero vemos sin ruborizarnos cómo la nueva enfermedad del momento es el estrés, seguido por la depresión, causada muchas veces por la imposibilidad de adquirir los últimos dispositivos electrónicos; también comienzan a surgir voces, como la de Michel Desmurget, autor de “La fábrica de cretinos digitales”, que alertan sobre los perjuicios que, a largo plazo, puede producir el uso de Internet y los videojuegos electrónicos en la mente de los niños y adolescentes.
Hay que tener en cuenta que la tecnología no es buena o mala per se, depende del uso que se le dé. De ahí que resulta altamente urgente poder identificar aquellos escenarios futuros donde la tecnología puede generar los mayores impactos positivos para la humanidad: en calidad de vida, en alimentación, en salud, en el mantenimiento y mejora del medio ambiente. En pocas palabras, darle un sentido a la tecnología orientado al bien común.
Esto no debería resultar muy complicado de implementar si nos damos cuenta de que, con el desarrollo tecnológico planeado, es posible crear la “economía de la abundancia”, donde la humanidad ya no estará sujeta a limitaciones naturales: podríamos disfrutar de alimentos ilimitados (gracias a la biología sintética), energía ilimitada (capturando la luz del sol en el espacio, fuera de la Tierra). No es ciencia ficción, estas investigaciones ya llevan años en desarrollo y se podrán concretar en la medida en que reorientemos solo una parte de la inversión en nuevas tecnologías hacia este tipo de proyectos que beneficiarán a toda la humanidad.
El desafío del tiempo actual es, entonces “crear tecnología para el bien común”. Está en nuestras manos lograrlo.
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