Con una fuerte mayoría, los diputados europeos acaban de votar una ley que avala la reducción del 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero de aquí al 2030, en relación con las emisiones de 1990. Es una ambición que va más allá de lo que preconizaba la Comisión europea y que pone la presión sobre los Estados miembros, porque el objetivo inicial de la Unión Europea (UE) había sido fijado para una reducción del 40%.
Otra disposición ambiciosa votada por el Parlamento europeo es el fin de la protección de las inversiones fósiles acordada por el Tratado sobre la Carta Magna de Energía, firmado en 1994 por Europa y los países del ex bloque soviético, y que daba a los inversores en energías fósiles el derecho de demandar ante la justicia a los gobiernos que modificarían su política energética. Era un verdadero riesgo para la política de transición ecológica de la UE porque podía dar lugar a indemnizaciones gigantescas (millones de millones) a pagar a las empresas que más contaminan, una total contradicción con el bien común y la neutralidad carbono.
La nueva Ley del Clima dispone también la implementación de un “test de estrés” climático para los proyectos financiados por la UE, a fin de evitar los sobrecostos ligados a las infraestructuras insuficientemente adaptadas a los choques climáticos por venir, y que ya está experimentando el viejo continente, como los recientes huaicos mortales debido a la tempestad Alex lo han demostrado en el sur de Francia: puentes caídos, carreteras destruidas, pueblos aislados del mundo, decenas de desaparecidos… .
Algo que debe también inspirar y hacer reflexionar a los gobiernos latinoamericanos es el voto de los eurodiputados contra el acuerdo comercial entre Europa y el Mercosur, puesto que las malas políticas ambientales y económicas de ciertos países suramericanos hacen incompatible este acuerdo con el Acuerdo de París. El comercio internacional mal podrá desarrollarse a futuro si no se vuelve ecológico, por lo que el giro verde de las empresas y estrategias comerciales es cada día más una cuestión de sensatez económica y disminución de riesgos ante las barreras éticas cada vez más drásticas.
Finalmente, el Parlamento europeo propuso la creación de un Consejo europeo para el Cambio Climático, una instancia integrada por un comité científico que tendría como misión de evaluar los impactos de las políticas europeas en comparación con los objetivos climáticos de la UE. Una manera de hacer entender a todo el mundo, en la era de los riesgos globales de insostenibilidad humana, que no puede haber ahora ninguna política pública racional, si no se somete al juicio científico y la evaluación de sus impactos sociales y ambientales.
En conclusión, por si alguien duda de la pertinencia económica de la transición ecológica para la recuperación pospandemia de América Latina, fue publicado hace poco un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) titulado “El empleo en un futuro de cero emisiones netas en América Latina y el Caribe”, que muestra cómo se podría crear 15 millones de empleos nuevos (neto) en sectores como agroecología, silvicultura, energía solar y eólica, manufactura eco-concebida y construcción sostenible, si tomáramos el camino racional de la transición ecológica, en el marco del Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Así, es provechoso para el empleo y el bienestar social eliminar combustibles fósiles, utilizar electricidad limpia para el transporte público, la preparación de alimentos y la calefacción, aumentar el transporte no motorizado, sembrar árboles y aprovechar de los bosques, comer menos carne, reducir los residuos, reciclar materiales y usar los verdaderos materiales “nobles” para la construcción como la madera, el bambú, el adobe… si hacemos todo eso con ciencias y tecnologías de punta, contextualizando cada vez las mejores soluciones en los distintos territorios, podríamos levantar de nuevo una América Latina duramente golpeada por la crisis actual, crisis que irrumpió en plena pandemia de una mentalidad extractiva-exportadora e industrial-destructiva que se cree moderna, porque imita a la Europa del siglo XIX. Pero los tiempos cambian. ¿Cambiarán las mentes?
Comparte esta noticia