Dos eventos políticos de envergadura internacional hacen actualmente noticia: el divorcio entre Gran Bretaña y Europa y la epidemia de coronavirus. Aparentemente sin relación alguna, su acercamiento echa sin embargo una luz nueva sobre la crisis política de la humanidad en la era global. En el mismo momento de los riesgos planetarios dramáticos que azotan a todos los humanos y que exigen coordinaciones mundiales para enfrentar los problemas (clima, epidemias, crisis, migraciones, fanatismos, biodiversidad, etc.) la persistencia de los reflejos de cerrazón comunitaria entretenidos por unos políticos populistas seducen el electorado hacia el nacionalismo aislacionista. La alianza con los otros parece ser el acto más difícil y exquisitamente culto del cual los pueblos pocas veces son capaces.
Mientras las alertas ecológicas gritan por nuestra unión e inteligencia colectiva, desde los virus hasta los ciclos del agua y del carbono, pasando por la supervivencia de los ecosistemas vitales a la vida humana, ciertos políticos ganan regularmente las elecciones abogando por la desunión, la exclusión, la discriminación, la preferencia gregaria por los intereses tribales, la negación de la realidad compleja en nombre del egoísmo simplón. La naturaleza desconoce las fronteras, por eso nos une, mientras que ciertos políticos viven de las fronteras, por eso desunen.
En el siglo XX, habíamos necesitado del inmenso horror de dos guerras mundiales seguidas para poner un poco de razón en nuestra caótica historia colectiva, fundando la ONU (1945), firmando la Declaración de los Derechos Humanos (1948), creando poco a poco desde 1951 una unión europea en el continente más sanguinario de todos, unión en la cual entra el Reino Unido en 1973, junto con Dinamarca e Irlanda. ¿Qué queda de la grandeza de los Churchill y Spinelli a la hora mediocre de los Johnson y Salvini? Hoy, los pescadores ingleses exultan por haber recuperado “sus” aguas nacionales. Claro que pronto entenderán que ya no podrán vender “sus” pescados a nadie, habiéndose cerrado el acceso a un mercado de 500 millones de consumidores. ¿Por qué el sentimiento gregario nacionalista le gana a la sana razón incluso en los cálculos de negocios?
Pero la Pachamama nos quiere unidos. Como los valientes adolescentes que defienden muy solos la unión humana contra el cambio climático, hoy los virus nos fuerzan a mantener viva la colaboración internacional por el bien común de la salud, ante los ataques maquiavélicos del “dividir, excluir y dominar” que hacen elegir a tristes gobernantes como (salgamos de Europa) Trump o Bolsonaro. En la época actual de los riesgos globales, nuestra supervivencia depende dramáticamente de alianzas mundiales universalistas para defender los intereses trascendentales de la humanidad a largo plazo, contra los malos cálculos egoístas de corto plazo. Ante problemas mundializados, sólo la unión funciona, porque estamos ante “juegos de suma-no-cero” como dicen los matemáticos: si tú ganas, yo gano, si tú pierdes, todos perdemos.
Pero desgraciadamente los “juegos de suma cero” nos fascinan más: si tú ganas, yo pierdo y viceversa. En el deporte como en la guerra, la política y las películas de acción, lo que excita en la victoria de uno es sobretodo el goce del fracaso del otro. Sentimiento letal cuando se trata de una situación de interdependencia tan inextricable que la mala suerte del otro no puede anunciar nada sino mi próxima desgracia. Y una de las peores secuelas del horror colonialista fue de reforzar en los países del sur global un nacionalismo exacerbado y una sospecha anti-universalista, por confundir lo universal con el dominio colonial eurocentrista. ¿Por qué un continente como América Latina es tan poco capaz de unión? Tres horas nomás de cambio de horario entre costas pacífica y atlántica; tan sólo dos idiomas de uso común (castellano y portugués, que se entienden muy bien en abrazo de “portuñol”); mismo pasado de heridas y mil semejanzas e intereses comunes; ninguna guerra entre países… y todavía esperamos el nacimiento de la muy querida ULA (Unión Latinoamericana). ¿Será porque el futbol es un juego de suma cero?
Este sentimiento gregario pro-comunidad cercana y anti amor a la especie entera echa raíces fuertes no sólo en Homo sapiens sino también en nuestros primos cercanos como los chimpancés. Los antropólogos David Watts y John Mitani estudiaron una gran comunidad de chimpancés en Uganda (en el parque nacional de Kibale) durante 20 años y descubrieron detrás de una organización sociopolítica compleja y jerarquizada todos los males que nos caracterizan: luchas políticas violentas por el poder, asesinatos, guerras y anexiones de territorios conquistados, masacres y extinción de especies para llenarse de carne, etc. No hay nada nuevo bajo el sol humano.
Pero esto no debe llevarnos a la renuncia, so pretexto que la agresividad gregaria sería “natural”. La no renuncia es la primera valentía ética. Debemos entender que la unión altruista, las alianzas inter-comunitarias, los puentes de coordinación entre grupos muy diferentes, las asociaciones multi-actores, son comportamientos cultos no espontáneos, esfuerzos de razón que constituyen propiamente la cultura ético-política por promover bienes comunes más allá de intereses tribales inmediatos. Las mejores instituciones humanas han salido de esta superación cultural de amor a la diversidad entretejida: el lenguaje, el derecho, el arte, la agricultura, las ciencias, las universidades…
Sólo la alianza política y científica internacional nos permite hoy enfrentar del mejor modo posible la epidemia de coronavirus, una magnífica colaboración por el bien de la salud de todos, un juego de suma positiva: si China gana contra el virus, yo gano, todos ganamos. Deberíamos tratar del mismo modo el cambio climático, la pobreza, la violencia social, la falta de educación de calidad y muchos otros problemas, con alianzas internacionales rápidas y diligentes. El mundo tiene sed de inteligencia colectiva.
Pero hay otro virus que nos impide hacerlo. No es un coronavirus sino el “virus de la corona”, una voluntad de dominio y de ver a todos agachados ante nuestro poder de macho alfa, o de hembra reina. Infecta a ciertos miembros de la familia, la vecindad, la empresa, la nación… En lugar de aislarnos de todos para sobrevivir codo a codo en estrechas comunidades agresivas bajo el mando de un jefe infectado por el virus de la corona, deberíamos aislar y poner en cuarentena a todos los afectados por este virus político, y tejer lazos horizontales felices de ayuda mutua, como chakarunas (hombres-puente en el idioma quechua). Esto pasa por la institucionalización de cultos principios jurídico-políticos como la separación de los poderes y todas las reglas anti-monopolios y de impedimento de acumulación ilimitada de poder o riqueza. Inglaterra, otrora, ha sido un país cuna para muchas de estas sabias instituciones democráticas. Hoy está enferma y la isla se puso en cuarentena, lejos de su Europa, ojalá sobreviva.
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