Schiller invita a la filosofía a mirar la realidad para que la estudie y aplique su comprensión inteligente y razonada. Y es que la realidad histórica, antes desdeñada por la filosofía formalista, ahora es gravitante para el pensamiento científico: la etnografía y la lingüística surgen como nuevas disciplinas junto a la filosofía social. Pero la filosofía no debe limitarse solamente a describir el fenómeno social, razona Schiller, sino que tiene que ir a lo profundo para que al menos los aspectos importantes de la sensibilidad contemporánea queden plasmados como huellas en la cultura o pistas a seguir en la vida del espíritu.
En sus Cartas sobre la educación estética del hombre, publicadas por primera vez en 1794, Schiller razona que cada vez que está en juego el destino de cada individuo, también consideramos implícitamente la idea de que está en juego el destino de las comunidades, de las culturas, de las civilizaciones y de la humanidad. Ese pensamiento se agudiza por crisis como la actual. El filósofo alemán considera que los asuntos políticos, éticos y estéticos son importantes cuando se busca que la formación humana sea integral y se asiente como base para una sociedad justa, universal, cosmopolita e intercultural. Sus reflexiones son actuales y pertinentes.
A la filosofía le importa el discurso en su particularidad etnolingüística, en su singularidad filológica y filogenética. El individuo vive su cultura: le da certeza y base para su autorreconocerse. Cultura es cuidado humano. La interculturalidad implica sincretismo. Donde hay sincretismo hay diálogo. Donde hay diálogo se actualiza la facultad deliberativa, dialógica y dialéctica de las culturas encarnadas. En la interculturalidad: las culturas dialogan e interactúan de múltiples formas. Sigue siendo un campo nuevo para la investigación. La libertad de pensamiento, reivindicada por Fichte, será un tema de investigación para las escuelas posteriores. Para el individuo, esa facultad deliberativa tiene aplicaciones internas y externas: es importante para la gestión de los asuntos privados y públicos de la vida moderna, no carente de belleza.
Según Schiller, la cultura y el mundo espiritual surgen de la predisposición natural a la belleza. En el desarrollo de su forma actual, la sensibilidad moderna se enfrenta a los límites del racionalismo logocéntrico, que se desmoronará decididamente poco más tarde cuando surjan esos novedosos artefactos revolucionarios de la sensibilidad tradicional que son la fotografía y el cine. Theodor Adorno sostiene que individuo y comunidad están implicados en la experiencia estética: que sea personalísima, intransferible e inalienable, no impide que sea comunicable, transmisible, reproducible.
En la meditación contemplativa, el espíritu humano se está a solas consigo mismo, dice Schiller, como si, al menos metafóricamente, fuera posible por un momento darle la espalda al mundo interpelante. Hay asuntos privadísimos. Pero el individuo se resiste a ser un átomo o una partícula subatómica en un mundo oprimido por la molicie racionalista, aculturada: Aristóteles ya había anticipado que la interacción entre individuo y comunidad no puede limitarse a un repasar el catálogo de axiomas sobre la virtud comunitaria, sino que es una experiencia viva autónoma a cualquier descripción, a cualquier explicación. La ilustración alemana entre los siglos XVIII-XIX abrigaba, como muestra paradigmáticamente Schiller, consciente de la transición histórica y el cambio de época, el ideal de una ciudadanía universal, cosmopolita e intercultural.
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