A veces no somos conscientes hasta qué punto la actividad económica predominante condiciona nuestro lenguaje. Por ejemplo, los jóvenes suelen usar un término como parte de su habla coloquial, para hacer alusión a que van a ataviarse; el término en cuestión es “producirse”. Así es común, oír, para hacer alusión al proceso de acicalamiento: “voy a producirme”. Término en donde uno se autopercibe como un objeto que se fabrica; o, en este caso, cómo fabricamos una imagen a lucir. Claro está, que la actividad económica que ejerce su impronta en este vocablo coloquial es la industria.
Pasó lo mismo con el término cultura. El término es de larga data. Antes solo hacía alusión al cultivo, luego comenzó a significar el proceso del autoflorecimiento, del cultivo del alma. En este caso la actividad económica predominante, también, claro está, es la agricultura.
Pero lo que resulta pintoresco y gracioso en el primer caso, resulta bello en este segundo caso. Cultivarse es, efectivamente, una metáfora bella con mucho poder para describir el proceso de ir adentrándose en las diversas manifestaciones de la condición humana: el arte, la literatura, la filosofía, la religión, etc. Todo ese conocimiento, tal cual como en el cultivo, hace florecer algo en nosotros.
La palabra cultura, según una famosa recopilación, tiene ciento sesenta y cuatro acepciones. Sin embargo, parece que solo dos son las que tienen una mayor vigencia: la descrita en el párrafo anterior; y la cultura como lo no natural, lo producido por lo humano.
En ese sentido, hasta una herramienta de un taller mecánico es cultura, porque esa herramienta no es natural, es artificial. Siguiendo la lógica de esta última definición, se desprende un tercer significado de cultura como modo de vida.
Siguiendo, a su vez, la lógica de esta tercera definición, el actual gobierno decidió cambiar el nombre del Ministerio de la Cultura, al Ministerio de las Culturas. Tratando de señalar así, con este gesto, que en el Perú hay más de un modo de vida que el urbano y costeño. Que hay gran diversidad de climas, lenguas, ropas, tradiciones; en síntesis, hay muchos modos de vida diferentes, que hay muchas culturas.
Lo problemático de este gesto, es que, como todos los gestos, si no se acompaña con actos queda solo en lo superficial. Un gesto de esta naturaleza, sería realmente reivindicativo, y calaría en lo profundo, si se acompañara con el accionar.
En ese sentido resulta aún más doloroso el derrumbe en Kuélap, porque el gesto se decantaba, claramente, por la tercera definición que aquí hemos dado de cultura: los modos de vida. En el caso de Kuélap, hablaríamos de un modo de vida precolombino.
Si de todos los significados existentes de este vocablo tan rico, se hubiese mantenido el nombre del Ministerio en singular, si nos hubiésemos quedado en la omniabarcatividad del concepto; igual sería doloroso que sufra deterioros nuestro patrimonio histórico; pero no sería tan revelador el descuido en el campo de lo fáctico.
Quizá la mejor definición de “cultura” sea la que dio el filósofo español Julián Marías y que, entre nosotros, le encantaba repartir a Marco Aurelio Denegri: “la cultura es la posibilitadora de imposibilidades”. Solo después del proceso transformador de la cultura, nos sería posible, que nos sea imposible, tener tal nivel de descuido en relación a nuestro patrimonio histórico.
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