La mujer sumisa es paradigma en las religiones arcaicas. Para el patriarcalismo, la mujer que toma sus propias decisiones fomenta una actitud subversiva. En el patriarcalismo, el toque de queda para las mujeres es permanente. La vigilancia es implacable. Cualquier varón puede sentirse autorizado a ejercer esa vigilancia, como si las mujeres careciéramos de lo más elemental de la dignidad humana: el libre albedrío, la autonomía de la voluntad y la libertad de pensar, sentir y actuar.
La modernidad comprende que la heteronormatividad enajena el libre albedrío. En el mundo arcaico, la decisión de la mujer, que solo compete a su fuero interno, estaba subordinada a la autoridad patriarcal que disfrazaba su justicia de despotismo, opresión, represión y venganza. La anarquía y la anomia que se propaga y autoriza en las calles de las urbes modernas, tierra de nadie, sirve a la voluntad perversa que quiere dominar la voluntad femenina por puro ánimo represor: por la alegría de ejercer la violencia, como diría Nietzsche.
Culturalmente, las mujeres han estado excluidas de los espacios públicos: privadas de voz, de voto, de derechos civiles, sociales, políticos, entre otros. La lista es extensa. El patriarcalismo no tolera que una mujer sea autónoma e independiente no solo porque sea mujer, sino también porque no tolera ni la autonomía ni la independencia. La reclusión no impidió que las mujeres gestaran y transmitieran saberes que se volvieron ancestrales. Los hombres se privaron de explorar un mundo que no tenían voluntad de entender, con sus ecuaciones reduccionistas, cosificantes de la sensibilidad femenina.
Más allá del fuero ideológico, en el fuero de la libertad, las mujeres optamos: percibimos —somos científicas—, analizamos, exploramos e indagamos para tomar la mejor decisión. Hay todo “el mundo de las mujeres” que pasa por completo inadvertido para los hombres: no solo en la dimensión psicológica, en la vida afectiva y sentimental, sino también en las dimensiones intelectual y social. Este aserto está bastante alejado del argumento genético naturalista que sostiene sin evidencia y sin juicio que hombres y mujeres perciben de modo distinto el mundo porque son composiciones orgánicas de plano diferentes, como si los sexos fueran solamente excluyentes y no también, como de hecho lo son, copulativos.
He aquí una idea subversiva y revolucionaria para el arcaismo: la mujer es libre en lo más íntimo de su conciencia. El patriarcalismo no tolera esa dimensión de la realidad subjetiva. El patriarcalismo es el espejo del paternalismo:ambos reservan para el patriarcala última palabra sobre el curso de acción que debe tomar la mujer en sus asuntos tanto privados como públicos.
Cuando comprendemos, finalmente, que el patriarcalismo y el paternalismo son puntos de vista reaccionarios, precarios y antojadizos, podemos ver que más allá de sus límites teórico-prácticos se abren nuevos horizontes para el espíritu femenino contemporáneo. Las mujeres de hoy podemos ser lo que somos en el ámbito profesional porque nuestras madres y abuelas lucharon por el derecho de las mujeres a educarse a sí mismas como mujeres modernas: libres, autónomas y rebeldes.
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