La política en el Perú de hoy es patriarcal y misógina. Ello se evidencia no solo en las cifras oficiales (solo el 9 % de postulantes en las Elecciones Regionales y Municipales fueron mujeres), sino, claramente, en la actitud de algún sector de la población, que aprobó con risas cómplices el intento de intimidación del entrevistador en Áncash a una joven candidata a la Municipalidad Provincial de Carhuaz. Al despedirla de su programa, en lugar de indagar más sobre las propuestas, hizo hincapié en que “por un tema de transparencia”, debía responder si era “virgen”, para luego precisar que la interrogante era sobre si era “virgen” en política.
El profesor y comunicador Martín León Huarac desplazó el interés de la entrevista hacia preguntas íntimas, como si la experiencia sexual de Eunice Dextre fuera relevante para la gestión edil. No es un caso menor. Revela el rechazo hacia la participación política de la mujer. El hecho merece la siguiente reflexión: las autoridades no serán transparentes, probas y con valores porque ventilen públicamente su vida privada. La transparencia en la gestión pública implica la planificación del gasto público y la rendición de cuentas oportuna y minuciosa. Es cierto que se espera la mayor integridad de las autoridades, pero no se ha demostrado que las personas castas sean mejores gobernantes que los que tienen experiencia más profunda en lo mundano.
Según Aristóteles, la interacción entre el individuo y la comunidad es constructiva y recíproca: la comunidad contribuye al desarrollo de los talentos personales y la persona, por su parte, contribuye a fortalecer y consolidar las instituciones que sostienen a la comunidad. De ahí que el solo hecho de nacer en el seno de una comunidad le imponga o le demande un compromiso activo al individuo. En esa línea, como reflexión crítica de las relaciones sociales, la ética busca establecer los nexos más nutricios entre individuo y comunidad. En el mundo clásico, por eso, la educación está destinada a formar, indefectiblemente, la ciudadanía: la plenitud de goce de derechos y la asunción responsable de los deberes.
Es cierto que en Atenas la mujer también estaba sometida al patriarcado, pero, como dice Nietzsche, su labor última, de acuerdo con el ideal griego, era contribuir a la formación de ciudadanos plenos. La maternidad, según ello, era una forma asignada a la mujer para participar de la vida política en el mundo arcaico. Esta no deja de ser una tesis refinada y sofística para seguir justificando la reclusión de la mujer en el ámbito doméstico. No solo restringe la experiencia femenina a un solo ámbito: también delimita el ámbito de sus intereses, como apunta la teórica política y feminista británica Carole Pateman.
La participación de la mujer en la vida política del Perú todavía es incipiente. La desigualdad social repercute particularmente. La emisión periódica del voto no garantiza, por sí sola, que haya una verdadera democracia, pues no se traduce en igualdad ni en equidad. La historia de subordinación de la mujer al patriarcalismo restringe la participación política de las mujeres. Empero, a pesar de las restricciones, prohibiciones e impedimentos del patriarcalismo, las mujeres han logrado emanciparse de lo doméstico e incursionar en lo público.
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