Indudablemente, somos seres mortales que esperamos respuestas a todo, incluso sin buscarlas. Esto se aplica a cualquiera etapa de nuestra existencia debido a la fragilidad con la que nuestro habitar se da en este espacio-tiempo llamado humanidad. Walter Benjamin decía en El libro de los pasajes que “habitar es dejar huella”. En esta frase nos deja atisbos sobre lo difícil y complejo de pensarnos humanos y frágiles, pero a la vez con pretensiones inmortales. Nuestro habitar, entonces, no es más que la consecuencia de cada una de nuestras acciones en tiempos armoniosos, así como en los difíciles. En tiempos de pandemia como en tiempos de normalidad (aquí surge una pregunta): como humanidad, ¿cuándo hemos contado con salud plena? Pareciera que nunca. Entonces aterrizar lo que dijo Benjamin a nuestra realidad que es dura y desalentadora, no es más que una esperanza de lo que significa la vida en su conjunto: una huella imborrable.
Y a todo esto, ¿de qué manera surge la filosofía como una opción a las respuestas de esta crisis? Como una desconexión y desajuste con respecto al presente, en palabras de Giorgio Agamben, relacionarnos más que nunca con nuestro tiempo y pensarlo de manera específica como nuestra propia condición. Somos tiempo y de ninguna manera podremos pensar respuestas sino tomamos perspectiva ¿Cómo hacerlo sumergidos en el aquí y ahora que nos aprieta? Por eso interesarnos en respuestas es pensar en el futuro y aquí la sencilla razón es saber, al menos, a qué futuro nos referimos o a qué presente. No queremos caer en audaces o imprecisas predicciones, sin embargo, como dice Beatriz Sarlo, “pensar no excluye imaginar, pero solo imaginar no consolida hipótesis”.
Lo que nos debería de interesar es el futuro inmediato que es lo más cercano a nosotros y a su vez lo más intervenible. Así, las respuestas no son instantes de tiempo y acción, sino que se manifiestan como un continuum indudablemente ligado a nuestro presente. Para todos los casos, el paso de los días es un principio de cura, así como un principio de muerte. Somos hechura de lo imparable, de la no linealidad, del constante presente interactuando con el pasado y revolucionando el futuro.
Tomemos como punto de partida para cualquier respuesta lo siguiente: el futuro inmediato es de los que sufrieron el presente. Cada uno ingresa con lo que trae consigo: esto es en la realidad peruana un abandono tremendo por la salud y la educación. Y es que somos la conjunción de las confianzas: hemos tenido confianza en la vuelta a la democracia, en un Estado de bienestar, en el crecimiento económico, en las ciencias, asimismo tenemos confianza en el Bicentenario (¿qué se puede celebrar en este luto perpetuo?). Y parece que no cesa la confianza ya que hoy mismo debemos seguirla teniendo en que la ciencia nos salvará, pero sobre todo una ciencia que abrace lo ético. Ya sabemos muy bien lo que significó el soborno previo y posterior repartija de vacunas. Situación no menor al momento de pensar respuestas desde la filosofía ya que la ética es el enfoque que conduce todas nuestras acciones. Enfoque fundamental para la construcción de un mejor país, sin antes una mejor sociedad.
El tiempo, un año después, nos exige certezas, pero humanamente damos con que no es así. La única certeza que tenemos, por ahora, es que todo lo que se ha venido haciendo no ha tenido el enfoque adecuado. Ha sido un golpe demoledor al sentido común vigente. Sin embargo, ver la vacunación de nuestros adultos mayores es una luz profunda, una luz que rompe todo bloqueo emocional, toda sensación de crisis eterna, todo momento en el que no hemos sabido reconciliarnos como peruanos. Nos vuelve niños y nos ilusiona. Por ello, no hay que dejar de ser vigilantes con este proceso que, dados los casos anteriores, debería resultar exitoso.
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