James A. Lindsay, Helen Pluckrose y Peter Boghossian son tres académicos norteamericanos que se han dedicado a tomar el pelo a las revistas indexadas. Me refiero a revistas que forman parte de “índices” que incluyen normas de control para asegurar la calidad de los artículos que salen a la luz. Existen varios “índices” que agrupan a los miles de revistas de investigación. Entre las indexaciones más conocidas y reputadas se encuentran ISI y Scopus. Pues bien, estos investigadores norteamericanos han producido al menos veinte artículos con información inventada y sobre temas inverosímiles. La sorpresa es que, al menos 4 de estos artículos se publicaron, y otros 3 se aceptaron para publicación en revistas indexadas. Su finalidad no era subvertir el sistema, sino llamar la atención sobre el hecho de que algo anda mal en el mundo académico y en especial con relación a ciertos campos de las humanidades.
Cabe decir que no son los únicos que han cometido esta travesura que, por cierto, termina por ser muy reveladora. Mientras el sistema académico defienda a raja tabla el criterio publish or perish (publicar o perecer), ciertas disciplinas carecerán de posibilidades de crecimiento. A este respecto, quiero recordar que lo que Dilthey llamaba “ciencias del espíritu” poseen métodos rigurosos, aunque evidentemente difieren en mucho de las ciencias duras, o como las llamaba el mismo filósofo, ciencias de la naturaleza tan en boga, y con justa razón, en el presente.
Nadie niega que la promoción de las ciencias (como la botánica, genética, medicina, biología y las ingenierías, entre muchísimas otras) e innovación son indispensables para construir una nación moderna en el medio de un mundo globalizado, pero ¿cómo no ser vigilantes con respecto de lo que viene ocurriendo con las ciencias sociales y humanas en el universo de las universidades y en el de la investigación? Los tiempos de investigación, los estilos y los objetivos difieren, pero todas las ciencias, en el amplio sentido de la palabra, contribuyen con el crecimiento del país, con la creación de conocimiento y con la elaboración de una conciencia crítica. Es pues legítimo invitar a pensar en las condiciones de posibilidad para la investigación con el fin de procurar un crecimiento integral de nuestra nación. Con integral, quiero decir, que deberíamos desarrollar las diferentes dimensiones de la vida para que las personas conozcan más, pero también sean más comprometidas con su nación.
Entre las víctimas del publish or perish se me ocurre que habría mucha gente. Kant escribió su Crítica de la Razón pura a los 57 años de edad; Descartes publicó más joven su Discurso del método, pero sus referencias bibliográficas no se parecen en nada a las normas APA. No se trata de negar el espacio y el tiempo ganado en términos de la calidad investigadora, pero ejemplos de este tipo nos hacen ver que una gran cantidad de académicos, de no ser por cierta perseverancia, probablemente habrían pasado al olvido. Ahora mismo se me viene a la cabeza el célebre William James cuyas obras son aún vigentes aunque fue retirado de su primera universidad por no publicar lo suficiente. Su contribución, sin embargo, consistió en hacernos entender con profundidad cómo se elaboran las creencias en el ser humano; también enseñó lo que representan las experiencias religiosas y cómo comprenderlas; la lista de sus aportes es enorme. Su enfoque, su mirada, quiso abrir nuestra comprensión ya no solo al conocimiento circunscrito al volumen de la información, sino a la sabiduría de engancharnos con la vida como lo más sublime y extraordinario. ¿Cómo cultivar hoy esta sabiduría sin abandonarnos a las recetas que más venden?
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