En el imaginario cultural estereotipado de los países ricos, Latinoamérica era un enorme “Macondo”, heterogéneo hasta la exageración; gobernado por dictaduras corruptas, con costumbres gregarias, poblada por descalzos desdentados –ingenuos con el foráneo y astutos con el local– y una desbordante e híbrida experiencia sobrenatural, que envolvía todas las relaciones sociales y naturales. Lo contrario al “mundo desencantado” –producto de la razón científica– que planteó Max Weber en su momento como diagnóstico para occidente. En aquella “tierra encantada”, la plenitud sobrenatural de la que habla Charles Taylor, como atributo medieval, encontraría su consagración en la “patria grande”.
Más allá de la interesante y poderosa metáfora de lo que significó “Macondo” como realidad ficcional, muchos lo asumieron como el estereotipo de lo descrito, elevándolo a categoría arquetípica con innumerables y mutadas representaciones locales. “Macondos” de diversos tamaños, algunos con mayores relaciones con la cosmópolis y, otros, más distanciados de la misma. Pero, en la mayoría de los casos, sin direcciones racionales y reales. “Banana republics”, prolongadas a lo largo de las tres o las cuatro revoluciones industriales.
En ese estereotipo, bastaba con acariciar y calcar fragmentos de la modernidad, imitándola, pero sin asimilarla. Así, en algún momento, decidimos (o se decidió) que no deberíamos construir una organización racional para nuestras sociedades, ni forjar una ciudadanía ilustrada, ni mucho menos aspirar a la autonomía científica –tecnológica. Nos convencimos o, nos convencieron, que era suficiente vender piedras, frutas, brea, leña, entre otros productos. Todos ello enfundado en la improvisación y en la “tierra encantada”.
Pero llegó la pandemia y, con ello, la Gran Depresión del siglo XXI. Y nos encontró sin sistemas de conocimiento y sin sistemas sociales. Con estructuras políticas carcomidas por la corrupción y prácticas productivas primarizadas, sin valores agregados y diversificados. Los barrios financieros de nuestras grandes y populosas urbes, no podían ocultar nuestra incapacidad para conjurar los efectos del evento “COVID-19”. Si lo países ricos han tenido serias dificultades para enfrentar el problema de la emergencia sanitaria, poseyendo mayores recursos y extendidos sistemas de conocimiento, lo que puede ocurrir con las naciones de América Latina alcanza dimensiones de una tragedia que todavía no podemos entender en su magnitud.
Quizás este a sea nuestro Kairós. El tiempo oportuno para superar el estereotipo de la “patrias mágicas” y, eventualmente, construir sociedades mejor organizadas, con sistemas de conocimiento vinculados a las esferas de las decisiones y con ciudadanos responsables.
Si la “tierra baldía”, poetizada genialmente por T. S. Eliot, tenía como origen del “desencantamiento del mundo” del que nos hablaba Weber; el “pampón desolado” al que nos acercamos peligrosamente procede de esa estereotipada “tierra encantada”. Sin dejar de ser lo que somos, es hora de despedirnos de “Macondo”.
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