Muchas veces nos hemos topado con la lectura de un libro de filosofía que nos llama la atención desde su comienzo. Este cometido tiene que ver con el talento prosístico del autor, y de las ideas -claramente establecidas-, que se ponen de relieve desde el inicio. El efecto inmediato, es que dicha lectura se convierte en insumo inmediato para la reflexión personal y para el examen lógico argumental. También, para conmovernos o para arrinconar nuestras creencias previas. La lectura filosófica, si sabe conducir con disciplina, puede ser enormemente gratificante desde las primeras líneas.
Un inicio notable lo encontramos en el prefacio de El discurso sobre el origen las desigualdades entre los hombres, de J. J. Rousseau (1754). En el comienzo se puede leer: “El conocimiento del hombre me parece el más útil y el menos adelantado de todos los conocimientos humanos”. Igualmente, del pensador suizo, nos encontramos con el célebre comienzo de su Contrato social (1762): “El hombre ha nacido libre, y en todas partes se halla entre cadenas”. Otro pensador importante del Siglo de Las Luces, I. Kant, en la iniciación de su ¿Qué es la ilustración? (1784), escribe: “La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. El mismo es culpable de ella”. Además, en la “Fundamentación a la metafísica de las costumbres” (1785), Kant empieza así: “Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad”.
Otra apertura célebre se las debemos a A. Smith. En su obra más reconocida, La riqueza de las naciones (1776), el filósofo y fundador de la economía clásica, nos presenta una de sus tesis principales: “El progreso más importante en las facultades productivas del trabajo, y gran parte de la aptitud, destreza y sensatez con que éste se aplica o dirige, por doquier, parecen ser consecuencia de la división del trabajo”. Desde la otra orilla, K. Marx y F. Engels, en su famoso Manifiesto comunista (1848), comienzan con una de las sentencias ideológico-políticas más célebres: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”.
Un inicio proposicional, muy célebre, es el que encontramos en el Tratado lógico filosófico (1918), de Ludwig Wittgenstein: “El mundo es todo lo que acaece”. Y desde un horizonte temático distinto, en la primera idea de la Teoría estética (1970) de Theodore Adorno, podemos leer: “Ha llegado a ser evidente respecto al arte que nada es evidente”. También, resuena el impresionante inicio de Ideología y utopía (1929), de Karl Mannheim: “Este libro trata de resolver el problema de cómo piensan realmente los hombres. El propósito de estos estudios no es investigar la forma en que aparece el pensamiento en los libros de lógica, sino en que funciona en la vida pública y en la política, como instrumento de acción colectiva”. Asimismo, el inicio de La sociedad abierta y sus enemigos (1948), de Karl Popper, sigue siendo combativo a su modo: “Si en este libro se habla con cierta dureza de algunos de los más grandes rectores intelectuales de la humanidad, el motivo que nos ha movido a hacerlo no es, ciertamente, el deseo de rebajar sus méritos. Tal actitud surge, más bien, de la convicción de que, si nuestra civilización ha de subsistir, debemos romper con la deferencia hacia los grandes hombres creada por el hábito”.
Ciertamente, hay muchísimos comienzos notables de un tratado filosófico. Sin embargo, el gran comienzo de un libro de filosofía se encuentra, a nuestro juicio, en el libro alfa de la Metafísica de Aristóteles: “Todos los hombres por naturaleza desean saber”. Con este inicio solemne, se abrieron una serie de problemáticas a futuro, que aún resuenan en nuestros días. A ver lector, ¿cuáles son otras obras notables que se descubren desde las primeras líneas?
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