
En la esquina del barrio observamos una parte de la vida que discurre diariamente. Podemos reconocer en los gestos y en el habla de los vecinos los rasgos de una identidad especifica de la cual somos más o menos parte. De ahí que, con relativa facilidad, nos relacionamos con los que compartimos dicho espacio, en el cual aprendemos a socializar afuera de la casa. En el “ethos de la esquina” muchas veces no somos conscientes de la profundidad y complejidad de esta relación. Pues en la mayoría de los casos la esquina “atrapa”; y con los años puede llegar a confundirse con la totalidad del mundo. Es curioso. Hay gente que habiendo experimentado las largas estancias foráneas, sigue afincada en la esquina del barrio, tratando de reconstruir el añorado terruño en otro espacio.
Gracias a la educación intelectual y sensorial y a la experiencia del viaje, hay otros que adquieren “mundo”. Es decir, su mirada se hace amplia y variada, capaz de reconocer los diversas “esquinas” y la multiplicidad de los “signos de las calles”. Instalados en la mundanidad, comienzan a experimentar las dimensiones de la cosmópolis, haciendo parecer muy lejano la experiencia del barrio. Y si estas personas se desenvuelven en el plano teórico del conocimiento, las distancias con la esquina que les vio crecer pueden llegar a ser inconmensurables.
De pronto, para el ejercicio intelectual - especialmente el del filósofo, del humanista o del científico teórico-, realizado en nuestros días, es importante vincular “la esquina con el mundo”. Porque la esquina barrial otorga osadía, atrevimiento, incluso, cierta agresividad, que se precisan para pensar en la actualidad. Ciertamente hay una actitud hostil (e incluso de desprecio) frente al que hace del pensamiento una forma de vida. De ahí que la esquina, el aprender diario en un barrio, da elementos interesantes para enfrentarse ante innumerables desafíos, que pueden ser económicos, sociales, laborales, académicos, institucionales, etc.
Pero junto a la esquina, el ejercicio del pensamiento precisa “tener mundo”. Es decir, estas condiciones intelectuales de poder interactuar con diversos escenarios académicos e institucionales, en los cuales la capacidad teórica y conceptual será constantemente evaluada por la comunidad universitaria. Este “estar en el mundo” no se limita a la posesión de grados y títulos, a las capacitaciones en tecnología pedagógica o a la publicación de investigaciones de carácter imperativo. El “estar en el mundo” implica reconocer los innumerables escenarios contextuales en los que se desenvuelve la elaboración del conocimiento. Además de ponderar la magnitud de las decisiones de cualquier tipo en el ámbito del saber.
Por causa de los tiempos, la libertad de pensar y de escribir abiertamente se encuentra nuevamente limitada y, también, aislada. En estas circunstancias, es preciso defender y proteger una vocación de vida que se haya amenazada por nuevos e inusitados enemigos. Vincular las estrategias de la calle con el vuelo cosmopolita quizás sea una manera de enfrentar la injuria de los días.
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