Habitualmente pensamos la historia como una sucesión de hechos, acontecimientos, unidos bajo ciertas unidades conceptuales que los engloban en procesos, periodos o épocas. De este modo podemos obtener una historia política, económica, cultural, artística, etc.; todas ellas vinculadas por eventos fácticos que han sido registrados de algún modo. Sin embargo, poco se sabe que, así como existe una interesante y necesaria historia factual, también existe una historia de las ideas, vinculada, a veces, al devenir efectivo de esos procesos o, también, de manera autónoma a los mismos.
Como bien decía, Isaiah Berlín en Contra la Corriente: Ensayos sobre Historia de las Ideas, en la historia de las ideas podemos advertir las ideas del mundo y de la sociedad humana que se han hechos los seres humanos desde que empezaron a dejar registro escrito de su paso en el tiempo. Así, gracias a este campo de estudio, podemos reconocer las ideas que surgieron y se desarrollaron, por ejemplo, en la Atenas clásica de Pericles o los ideas que emergieron motivadas por el descubrimiento y la conquista de América. En el estudio de ambos momentos señalados, podemos descubrir el contenido contrario de determinadas ideas y el consiguiente e intenso debate que se dio alrededor de las mismas.
Es necesario saber contextualizar el momento en el que surgieron determinadas ideas, pues éstas se desarrollaron en ecosistemas históricos específicos. En aquel ejercicio contextualizador, es vital reconocer la situación y condición de los intelectuales de un periodo, las características de sus lectores, de sus receptores inmediatos, a quienes querían ilustrar sobre determinados temas en sus respectivas sociedades. Por ejemplo, San Agustín y San Tomás de Aquino escribieron para lectores de los siglos IV DC y XIII DC, y Gilles Delueze y Michell Foucault para lectores del siglo XX.
De igual modo, cuando historiamos las ideas, tenemos que saber que obras como “Leviatán” de Hobbes se pensaron en plena apogeo de los absolutismos monárquicos y “La riqueza de las naciones” de Smith bajo el dominio epistémico del mecanicismo de Newton y en los albores de la revolución industrial. De ahí que es necesario tener la mayor cantidad de elementos informativos que nos permitan contextualizar a las obras y a sus autores para no caer en anacronismos y en prejuicios ideológicos. Estos peligros son muy frecuentes cuando se es incapaz de contextualizar, causando una enorme distorsión en el conocimiento objetivo de la evolución de los saberes.
La labor de historiar las ideas es apasionante y precisa el mismo rigor en el manejo de fuentes que las historias factuales y conceptuales. Con el añadido que debemos estar dispuestos a manejar métodos de interpretación de ideas, de reconstrucción de cosmovisiones culturales de otros tiempos y saber distanciarnos de nuestra propia época a fin de no distorsionar nuestro objeto de estudio con las concepciones del siglo XXI o con prejuicios individuales. En este ejercicio histórico se aprende a reconocer las continuidades y rupturas en el devenir del pensamiento y, de este modo, podemos ser más justos con los aportes de los intelectuales de cada periodo y época.
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