Un riesgo frecuente en muchas experiencias académicas es abordar el objeto de estudio sin tomar en cuenta la pertinencia del método que se va a utilizar para dicha investigación. Puede llegarse a utilizar un marco de ideas que, en vez de facilitar el análisis o la compresión, distorsiona el objeto de estudio, hasta deformarlo.
El resultado de este tipo de “investigación” constituye un peligro mayúsculo. Sobre todo, si se convierte en insumo para la justificación de determinadas políticas públicas o, también, en material bibliográfico que tenga incidencia sobre la toma de decisiones políticas. Por esa razón, hay una dimensión ética que no se puede eludir.
Una condición para la investigación académica seria es aprender a reconocer la mayor cantidad de enfoques metodológicos y prever las consecuencias que trae su uso (y abuso) sobre nuestros temas de indagación. Tal conciencia nos obliga a limitar la utilización indiscriminada de determinados conceptos. Por ejemplo, un marco conceptual como el de la Teoría Crítica Posestructuralista, puede ser muy útil en determinados casos. Pero sería desmesurado aplicarlo en todos los campos de los estudios sociales y humanos.
El uso generalizador de determinados marcos metodológicos puede llegar a traicionar la razón de ser de la investigación científica y convertirla en una técnica operacional. Los marcos teóricos conceptuales no funcionan como un vademécum que brinda todas las respuestas posibles. Y bajo el principio de realidad, eso no es posible.
Cuando el investigador aplica un marco teórico-conceptual sin reparar en las limitaciones del mismo estamos ante un caso de “ensimismamiento académico”. Se absolutiza una estructura metodológica que invalida a otras, reduciendo nuestro conocimiento y experiencia. En estas circunstancias, el académico solo acepta como válidas aquellas teorías que avalan su concepción del mundo y de la sociedad. Y en el último medio siglo, hay varios casos de este tipo. Por ejemplo, en la década de 1960 y parte de la década de 1970, la Teoría Crítica Marxiana fue hegemónica en muchos ámbitos académicos. Eso mismo ocurrió con el Individualismo Metodológico (austriaco, monetarista, de elección pública, entre otros) en las décadas 1980 y 1990. Y es muy probable que esté ocurriendo con la Teoría Crítica Posestructuralista en nuestros días. Insistimos, el problema no es el marco teórico-metodológico en sí, sino la transformación del mismo en una nueva “dogmática” que nos conduzca al reduccionismo.
¿Cómo superar el “ensimismamiento académico”? Formando al investigador en el conocimiento de una amplia variedad de métodos de exploración y en el análisis crítico de esos métodos. Es decir, conocer la estructura lógica y epistemológica del método, para entender sus alcances y limitaciones. Para ello, hay que aprender a distanciarse críticamente de los marcos teóricos-metodológicos que privilegiamos, para someterlos a escrutinio. Mantener este objetivo permite conservar el “principio de realidad “de la actividad universitaria, sin el cual la investigación científica (natural, social, humana y aplicada) carece de sentido.
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