Si algún conocimiento se puede obtener leyendo el Leviatán de Thomas Hobbes (1588-1679), es la situación de extrema violencia desatada por la falta de aquel poder que nos obliga al orden. En efecto, en su obra más célebre, el pensador inglés describió en términos hipotéticos un entorno social donde el deseo por obtener las mismas cosas (dinero, poder, fama), nos convertía en enemigos y, a la larga, nos llevaba a la condición de una guerra “de todos contra todos”.
En esa situación extrema, infería Hobbes, no habría lugar para la producción económica, porque estaríamos más preocupados en sobrevivir que en producir y, por lo tanto, no sería posible el conocimiento, la ley, el arte y, finalmente, la sociedad. “Y la vida del hombre es solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve” (Cap. XIII), es decir, la miseria generalizada, sería la consecuencia final de esa guerra común.
Hobbes se ubicaba en un escenario extremo para explicar, en términos seculares, el origen del poder. Sobre todo, la manifestación absoluta del poder que se instauró en su época, donde el monarca, personificación del estado, acumulaba toda la potestad posible. A fin de no morir en esa situación de constante de violencia, los seres humanos estarían obligados a hipotecar parte de su libertad a aquel “dios mortal”, el Estado, para no destruirse mutuamente. El Leviatán, a cambio, les ofrecería orden y seguridad utilizando todos los medios posibles, incluido el terror.
Más allá de estar de acuerdo, la explicación del origen y de la necesidad del poder del Estado planteada por Hobbes, ha sido repetida desde su lejana formulación a mediados del siglo XVII. Y muchos suelen clamar por ese tipo de Estado cuando el caos se apodera de la sociedad, bajo la premisa que los seres humanos tendemos naturalmente al mal y que somos incapaces de autorregularnos. De ahí que el realismo político de Hobbes esconde cierto pesimismo antropológico, al igual que Maquiavelo.
¿Pueden recrearse las condiciones hipotéticas de violencia generalizada que planteó Hobbes en su momento? Sin duda, todas las sociedades están en permanente peligro de ser presas del caos, más aún cuando los medios negociación política van se van agotando y los diversos grupos sociales desarrollan una escalada de conflicto que puede conducir a la violencia generalizada. De ahí que la hipótesis hobbesiana es una situación siempre probable.
Es claro que, si se generaliza el desorden y se pone en peligro la sobrevivencia de los pobladores, la misma sociedad exigirá la presencia del “dios mortal” (de cualquier signo) que garantice orden y seguridad a cambio de cuotas de libertad social e individual. Para no llegar a ese escenario extremo, debemos estar alertas a las tensiones sociales que puedan aparecer en los siguientes meses y que hagan posible la presencia de un poder totalizador. Así, las atribuciones del “Gran Leviatán” dependerá, finalmente, de nosotros.
Si hay alguna utilidad real en la historia de las ideas políticas y en la historia de los hechos políticos y sociales, es que sirven para comprender que hay condiciones que se repiten, cambiando los protagonistas en el drama humano. Por estas razones, la hipótesis extrema del señor Hobbes posee una constante actualidad.
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