Un error frecuente es confundir la gestión pública con la política pública, siendo este yerro el origen de que muchos de los problemas persistan por décadas, se agraven y surjan otros. El objetivo de la gestión pública es ejecutar soluciones y plantear mejoras en los procesos que involucran el interés común. En cambio, la política pública es deliberación sobre cuestiones comunes a la sociedad, sustentada en teorías e ideas sociales, culturales, económicas, jurídicas y éticas. Promueve un debate problematizador entre la diversidad de actores sociales, cuyo resultado es una ruta para atender de manera integral los problemas públicos, de la que luego se desprenden las acciones que implementa la gestión pública. Sin políticas públicas no hay proyecto de país.
En la política pública se juega el destino de una nación. Al tratarse de ideas, la discusión se debería llevar a cabo teniendo al mayor número de participantes (intelectuales, políticos profesionales, representantes de la sociedad civil, entre otros); entendiendo que el saber personal o grupal es limitado y que las conceptualizaciones más complejas, son construidas colectivamente. La edificación racional de las políticas públicas, es la condición previa que permite la gestión de lo público. Pues, ¿cómo se puede llevar a cabo la gestión de lo público si no existen políticas públicas? O, ¿cómo se pueden establecer políticas públicas sin un debate político?
La política pública no puede ser atributo del gestor gubernamental, pues su formación profesional y académica no lo faculta para ello. Cuando la potestad de la política pública cae en el grupo de gestores de gobierno (“tecnócratas”, por ejemplo), no se toma en cuenta la diversidad integral de una sociedad, ni se comprende su complejidad. Pues solo presta atención al marco restringido de una especialidad y no se puede entender la variedad de relaciones complejas de una nación.
Pensar un país en términos públicos requiere una mirada múltiple y exigente en sus supuestos lógicos y metodológicos. También, implica establecer el debate sobre los asuntos públicos con la rigurosidad que esto supone: discutir teóricamente sobre las reformas urgentes en educación, la economía, la justicia, la salud, la cultura, la ciencia, el transporte, entre otros sectores. Debemos aceptar que muchas de estas dimensiones no han sido abordadas aun teniendo en cuenta la magnitud de lo que está juego. Lo que se ha hecho es transferir dichas responsabilidades a profesionales que no estaban en condiciones de hacerlo.
Se ha creído que el debate sobre las políticas públicas es inútil y que puede ser remplazado por la gestión pública. Por mucho tiempo hemos ido admitiendo, acríticamente, esta premisa. El resultado es una sociedad carente de un proyecto republicano a largo plazo y que reproduce en la gestión pública, sin mayor examen, lo que se plantea en otros contextos sociales. Sin deliberación política e ideas de lo político, se aplican recetas de gestión sin un criterio organizador. Así, el “pastiche” administrativo, de fragmentos inconexos, es incapaz de reducir las dificultades diarias (en todo ámbito) que sufren los peruanos. Es hora de rescatar la política, de hacerla visible. No solo somos una “economía”. Somos, sobre todo, una sociedad. No lo olvidemos.
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