
El enorme Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), teólogo y mártir luterano, escribió en sus "Resistencia y sumisión”: Cartas y apuntes desde el cautiverio" sobre un tema que resuena con una fuerza inquietante en la actualidad: la necedad. Bonhoeffer, quien fue ejecutado por los nazis hace 80 años, planteó que la necedad es un enemigo más peligroso para el bien que la propia maldad. Mientras que la maldad puede ser confrontada, desenmascarada y combatida con la fuerza, la necedad carece de una defensa eficaz. La maldad, en su núcleo, genera malestar en la persona que la comete, llevando en sí misma el germen de su autodestrucción. En cambio, el necio se siente "enteramente satisfecho de sí mismo" y puede volverse peligroso si, al sentirse levemente irritado, pasa al ataque. La necedad no es principalmente un defecto intelectual, sino un problema humano y social. Bonhoeffer observó que las personas solitarias son menos propensas a ella que aquellos con tendencia a la sociabilidad, y que un "fuerte desarrollo externo del poder" puede convertir a una gran parte de la humanidad en necios.
El poder político, económico o religioso, según Bonhoeffer, precisa de la necedad de los demás para prosperar. Esto no sucede porque las facultades intelectuales se atrofien, sino porque la persona, "bajo la abrumadora impresión del despliegue de poder", pierde su independencia interna y renuncia a formar una actitud propia ante la vida. El necio se convierte en un instrumento sin voluntad propia, capaz de cometer malas acciones sin reconocer su maldad, un "diabólico abuso" que puede "echar a perder a los hombres para siempre". Por ello, la solución no es el adoctrinamiento, sino la liberación, tanto interna como externa. La única superación real de la necedad es la "liberación interna del hombre para una vida responsable".
José Antonio Marina (1939), importante filósofo y profesor hispano, en su recomendable libro "Las culturas fracasadas", profundizó en el concepto de la estupidez, conectándolo con la necedad. Marina afirmó que la sandez no es solo una falta de inteligencia individual, sino también un fenómeno colectivo que puede surgir incluso de la interacción de "grandes inteligencias individuales". La inteligencia social, lejos de ser la suma de talentos individuales, puede volverse una "cultura fracasada" si no se reflexiona críticamente sobre sus propios dogmas. La necedad, en este sentido, es un problema social que se perpetúa cuando las personas delegan su responsabilidad más personal, permitiendo que la colectividad entorpezca su capacidad de discernir.
Algo grave pasó y pasa en nuestro mundo, en la medida que cada vez más se encuentra dominado por informaciones fugaces, conductas superficiales y aceptaciones acríticas de ciertos mandatos. En este contexto, la profundidad del pensamiento se está convirtiendo en una víctima silenciosa. Se ha abandonado el hábito de la reflexión pausada en favor de la gratificación instantánea que ofrecen las publicaciones e interacciones en redes sociales, y el escaparate de imágenes y sonidos virtuales.
Esta falta de reflexión profunda y de cuestionamiento constante a lo que se nos presenta como "verdad" conduce a un terreno fértil para la expansión de la necedad, ya que se deja de buscar la verdad objetiva para conformarse con narrativas simplistas. La pereza intelectual nos hace más susceptibles a la manipulación, pues se renuncia a la ardua tarea de discernir entre el conocimiento veraz y las ficciones. Como resultado, la capacidad de formar un juicio propio se deteriora, y la autonomía intelectual se ve amenazada, empujándonos hacia una conformidad peligrosa donde la "verdad" es lo que dicta la mayoría o la autoridad de turno, sin que se realice una revisión independiente y crítica. Así, la disidencia y la rebeldía interior son los mejores antídotos para luchar contra la necedad.
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