
El envejecimiento, lejos de ser un simple proceso de deterioro biológico y mental, puede ser una invitación a la reflexión filosófica de la brevedad y la contingencia de la vida. Así, la ancianidad, ha sido un tema que ha ocupado a pensadores desde la antigüedad. Por ejemplo, Marco Tulio Cicerón, en su diálogo "De senectute", ofreció una apología de la vejez, considerando que no debe ser temida. Para él, la vejez es una etapa de la vida que, si se ha preparado con una vida virtuosa y honesta, cosecha los frutos de la sabiduría y la autoridad. Cicerón objetó las principales quejas sobre la vejez: la pérdida de actividad, el debilitamiento físico, la falta de placeres y la cercanía de la muerte. Para el filósofo romano, la supuesta pérdida de actividad se reemplaza con la autoridad y el consejo. El debilitamiento físico podría ser superado si se asume que las grandes cosas se logran con la mente, no con el cuerpo. La falta de placeres es, en realidad, una liberación de las pasiones que permite disfrutar de la conversación y el estudio. Finalmente, la cercanía de la muerte no es temible, pues es un evento natural y deseable para quienes han vivido una vida honrada, ya sea que el alma sea inmortal o simplemente se extinga.
Séneca, por su parte, aunque no dedicó un tratado exclusivo a la vejez, abordó el tema en sus "Cartas a Lucilio" y en "De la brevedad de la vida". El pensador estoico consideró que la vida no es corta, sino que la hacemos breve al desperdiciarla en vanidades y ocupaciones inútiles. Séneca nos instó a vivir cada día como si fuera el último, sin temer a la muerte, que no es más que una parte natural del proceso vital. Al igual que Cicerón, enfatizó que el valor de la vida no reside en su duración, sino en cómo se ha vivido. Ambas visiones, la de Cicerón y la de Séneca, convergen en la idea de que una vejez plena es el resultado de una vida bien vivida, centrada en la virtud, el conocimiento y el desprendimiento.
Una parte importante de la filosofía antigua nos ofrece un contrapunto crucial al hedonismo materialista de la era actual, que idealiza la juventud y el placer inmediato. En una sociedad obsesionada con prolongar la apariencia y las capacidades juveniles, la vejez a menudo se percibe como un fracaso o una enfermedad a evitar. Sin embargo, los estos filósofos nos recuerdan que la aceptación de lo inevitable es un pilar de la sabiduría. La vejez no es una lucha contra el tiempo, sino una etapa con sus propias características y virtudes. El desafío moderno, a diferencia del antiguo, no es solo cómo vivir bien, sino cómo envejecer con dignidad en un mundo que a menudo valora la utilidad y la productividad por encima de la sabiduría y la experiencia.
La filósofa Victoria Camps subrayó que un envejecimiento "deshumanizado" es una muestra del fracaso de nuestra civilización. Apuntó que el envejecimiento es un proceso de declive irreversible que, si no se maneja bien, puede llevar a la apatía, la indiferencia y el miedo. En la vejez, se acentúan los miedos a la dependencia, a la enfermedad y a la precariedad económica. No obstante, Camps, siguiendo a Rita Levi-Montalcini, destacó que la vejez puede vivirse como un desafío, un "as bajo la manga" para aquellos que han sabido prepararse para su llegada. En ese sentido, nos anima a vivir esta etapa no recordando el pasado, sino haciendo planes para el tiempo que nos queda, aceptando la vida tal como es, sin miedo a lo desconocido.
La reflexión de Camps nos lleva a una llamada de atención sobre el papel de la sociedad. Una sociedad digna es aquella que piensa en todos, no solo en los jóvenes y activos, creando espacios y servicios que permitan una vejez más humana. La calidad de vida en la vejez depende de las bases construidas en la juventud, como lo afirmó Cicerón. El reto de la modernidad es integrar las lecciones del pasado con la tecnología del presente, para que la vejez no sea una etapa de exclusión, sino de plenitud, una culminación natural de la existencia, donde la sabiduría prevalece sobre la angustia. Esto, al final, no solo es una cuestión personal, sino un imperativo ético para toda la sociedad.
Comparte esta noticia