Basta con aproximarnos a cualquier época de la historia factual del Perú, para que, inmediatamente, surjas varias interrogantes: ¿qué ideas se estaban debatiendo es ese mismo momento?, ¿quiénes enarbolaban las posiciones divergentes y en conflicto?, ¿qué recepción suscitaba entre sus contemporáneos? Estas cuestiones, hacen que nos adentremos a la historia intelectual y, con ello, descubrir la extraordinaria vitalidad del pensamiento peruano.
Por ejemplo, durante y después del periodo de la “anarquía militar”, se llevó a cabo el debate entre “conservadores “y “liberales”, siendo dos de sus animadores Bartolomé Herrera y Francisco de Paula Gonzales Vigil. Ambos, representaban posiciones contrarias, sin duda. Pero evidenciaban un conocimiento notable de lo que planeaban. Así, cuando se lee la contundencia retórica y teórica de Herrera, pareciera que nos halláramos ante un Joseph de Maistre o Juan Donoso. Y al acerarnos a la obra de Vigil, las comparaciones con el republicanismo de Tocqueville se hacen evidentes, e incluso con la finura liberal de Thoraeu. Luego de este debate, tras la Reconstrucción Nacional, la intensidad poliédrica de Gonzales Prada ha sido largamente aplaudida.
Otro ejemplo lo encontramos en las visiones opuestas que tenían del país los “novocentistas” (Belaunde, Riva Agüero, García Calderón), los diversos miembros de la “Generación del Centenario” (Mariátegui, Haya, Valcárcel, etc.) y los pertenecientes al “conversatorio universitario” (Porras, Basadre, Sánchez, Leguía, etc.). Estas perspectivas del Perú, formuladas en las primeras décadas del siglo XX, más allá de ser interpretaciones abiertamente opuestas, fueron fundamentales para comprendernos como realidad compleja. Sobre todo, cuando nuestra sociedad estaba haciendo un balance del primer siglo de vida republicana. El gran aporte de estos núcleos de intelectuales fue el “Perú Problema”.
Podríamos dar más ejemplos del ejercicio de nuestros pensadores, reconociendo en la diversidad de sus aportes, el interés por tantos temas; algunos de ellos, más cercanos a los asuntos públicos, otras veces, reflexionando sobre temáticas más amplias. Pero en todos los casos, siempre dispuestos a comprender los procesos más complejos de nuestro país y del orbe. A ese respecto, las obras de Cueto, Ibérico, Miro Quesada, los hermanos Salazar Bondy, Matos Mar, Macera, Araníbar, Cotler, Fuenzalida, Arguedas, etc., etc., son invitaciones abiertas para un pleno reconocimiento.
¿Imitaban nuestros autores, sin más, las experiencias foráneas? De ninguna manera. Sus ideas eran producto de nuestro propio proceso cultural, que se hallaba y se encuentra en diálogo con otras “ciudades letradas”, con sus respectivos contextos. De ahí que sean autores universales y locales. Es decir, que puedan situarse en el marco mayor del debate, pero con rasgos propios, en constante relación con una realidad específica.
Sin embargo, conforme las prácticas sociales se escindieron, la formulación de las ideas y el ejercicio del poder político y económico, se fueron separando peligrosamente. Al extremo que la elite dirigencial desconoce el devenir del pensamiento peruano. En una escala mayor, esto se constituye en un riesgo mayúsculo, porque las decisiones de poder sin el conocimiento de nuestro pensar, tienen un derrotero errático e incierto.
Claramente se ha buscado cercenar las relaciones entre nuestra la formulación intelectual y el modo de gestionar el país. Tal olvido y descuido nos hace más vulnerables a incorporar categorías sin el mayor escrutinio. Y, por eso mismo, propensos a constantes formas de dominación. Por ello, por el bien del país, la universidad peruana, en su conjunto, no debe darle la espalda a quienes piensan al Perú y al mundo que le rodea.
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