La obra del filósofo Gilles Lipovetsky (1944) ha estado atravesada por un rasgo constante: comprender la condición contemporánea a partir del individualismo en sus múltiples facetas. El individualismo, según el intelectual galo, se encuentra más allá de los deseos y más allá de los cuestionamientos morales que se le pudiera hacer, pues se trata de una característica objetiva e ineludible de la cultura urbana actual, producto del sistema de valores que produce el capitalismo y los regímenes políticos liberales. Los habitantes de las urbes modernas, más allá de las pertenencias locales, tendemos a afirmarnos como individuos en todos los espacios en los que interactuamos. De ahí que la gran mayoría de nuestras estrategias de comportamiento se desarrollen a partir de los principios de placer y de utilidad personal.
Dentro de la abultada producción intelectual de Lipovetsky, se pueden identificar varios títulos que son de lectura obligaría para reflexionar sobre los sistemas de valores y de creencias que emergen del individualismo, como “La era del vacío” (1983), “El imperio de lo efímero” (1987), “El crepúsculo del deber” (1992) y “La sociedad de la decepción”. Justamente, este año, se cumplen cuatro décadas de la primera edición del libro que le otorgó un lugar importante dentro de la filosofía de la cultura: “La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo”. Según Lipovetsky, en las sociedades urbanas actuales, cada vez más individuos actúan despojados de los criterios de identificación colectivas, intentan comportarse más allá de los elementos de coerción tradicional y anteponen la búsqueda del placer y de lo transitoriamente útil, a la resignación, el deber y al compromiso con valores externos. El individuo contemporáneo se compromete consigo mismo y las micro causas que le importan en el plano más personal.
Este individualismo intenta superar la comparación moral comunitaria, y afirma el principio de la “personalidad incomparable”. Es decir, que quien se asume como alguien único, cuyas características individuales no son comparables con las de otros individuos o con los valores socialmente instituidos. Por eso la política partidaria, la ética social, la religión organizada, en suma, las instituciones colectivas, cada vez importan menos en un plano individual, porque obligan a una comparación con elementos ajenos a los sujetos. El individuo contemporáneo reclama vivir sin una evaluación moral externa a su conducta. Según Lipovetsky este individualismo ensimismado, es el rasgo fundamental de la sociedad postmoderna y, desde ahí, forma un pensar y un crear postmodernos.
Según Lipovetsky, el narcisismo se ha convertido en el modo extenso de comportarse, donde cada quien vive mirándose al espejo, esperando que el resto nos diga exactamente lo que queremos oír. Pero como estamos aislados, sin contacto con el mundo y con los otros, vamos perdiendo sustancia, hondura y contenido. Ensimismados, nos nutrimos de nuestro propio vacío. De ahí que la violencia del narcisismo, cuando hay frustración, sea desencantada, más lumpen que clasista, más vacía que con programa. Cuarenta años después, medio de una enorme ola tecnológica que incide en el narcisismo, este libro sigue siendo importante.
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