Con esta columna, voy a tratar de ir directo al grano, porque es un tema apremiante que debe tener una solución pronta en todos los niveles de la sociedad. Así que le pido que imagine la siguiente situación: usted es el dueño o accionista de una empresa que pertenece a las más grandes industrias de su país. Al año, su compañía tiene un nivel de ingreso envidiable con unas utilidades que cualquier otra empresa quisiera tener. Los sueldos de gran parte de sus colaboradores son altos o, por lo menos, se corresponden con lo que se observa en el mercado. Estos colaboradores llevan una vida holgada, libre de preocupaciones económicas; y se encuentran satisfechos con su trabajo. Usted los ve casi a diario, pues trabajan muy cerca de su oficina principal. Por otro lado, usted también tiene una fuerza laboral muy importante, que es, a decir de muchos, infatigable. Este grupo humano labora más horas de las que debería según sus derechos; en condiciones paupérrimas; con unos «beneficios» que no benefician a nadie, que se ofrecen para ensombrecer la deplorable situación en la que se encuentran; y bajo un régimen de pagos superlativamente mezquino. Gracias a este grupo humano, su empresa recibe los insumos y productos que necesita para generar el gran capital que se inyecta como si fuera una droga codiciada que no se debe compartir. Ahora, deje a un lado el papel de gran empresario, tome el papel de ser humano y mire esta situación. ¿Qué opina? ¿Hay empatía en este tipo de regímenes laborales?
Vamos a ver las cosas desde más arriba: usted tiene la potestad para cambiar esta situación, porque ostenta el cargo de congresista. La población ha votado por usted. Se le requiere urgentemente en el debate que el Pleno realizará sobre una posible modificación a los derechos laborales de los trabajadores de esta gran industria de la que hablábamos en el caso anterior. Usted asiste, se sienta en su escaño, escucha las opiniones de las demás bancadas, alza su voz, pero no hay empatía en ella: de lejos se le escucha decir que los trabajadores deberían estar agradecidos por tener un pan que llevar a su hogar —digo de lejos, porque su voz no llega a todos los rincones del Perú: se queda de forma etnocéntrica en su capital privilegiada—. ¿Por qué piensa de esta manera? ¿El bienestar de miles de peruanos no vale igual que su propio bienestar? ¿Hay empatía en este tipo de decisiones legislativas?
¿Por qué les hablo de esto?
Me tomo el tiempo de poner el foco sobre esta problemática para que seamos capaces de ver todas las aristas en las que se desenvuelve el ser humano con empatía, esa capacidad cerebral que nos permite ponernos en el lugar de los demás, asumir sus puntos de vista, comprender y sentir sus emociones, y desear apaciguar sus aflicciones. Esta gran facultad se encuentra en la parte más desarrollada del cerebro, en la corteza frontal, y es uno de los atributos sociales que nos diferencia de las demás especies animales —aunque muchas investigaciones científicas en neuroetología muestran que algunas especies también exhiben comportamientos altruistas—. Los niveles altos de empatía nos motivan a ayudar a los demás; sin embargo, los niveles más bajos, nos impulsan a tomar decisiones egoístas y egocéntricas. De hecho, las personas que han sido diagnosticados con trastorno antisocial de la personalidad (popularmente conocido como «psicopatía») no son capaces de ponerse en los zapatos del otro. En algunos pacientes con este trastorno, se ha encontrado justamente que su corteza frontal presenta anomalías. ¿En ese tipo de sociedad queremos vivir, una civilización gobernada y liderada por políticos y empresarios dispuestos a ver hacia otro lado con tal de enriquecerse? ¿O queremos un mundo en el que podamos caminar con el conocimiento férreo de que podemos contar con los demás?
¿Cómo podemos ser más empáticos?
Si usted ha decidido que quiere construir un lugar más empático, el cambio debe empezar por usted. No esperemos que sean las élites políticas o empresariales las que den el primer paso; sea usted quien, desde su propio rincón pequeño, mediano o grande, tome la iniciativa y ayude a los demás. Para empezar, como ejercicio básico, usted puede preguntarse, en cada situación que involucre a otra persona, lo siguiente: ¿de qué forma afectarán mis decisiones a los demás? ¿Cómo se sentirá aquella persona? ¿Qué factores la hacen sentir así? ¿Cómo puedo hacer yo para ayudarla? Estas cuatro preguntas, aunque parecen muy simples, pueden hacer la diferencia entre un país que valore a cada ciudadano o un país que los use y explote para su propio beneficio.
En usted queda empezar el cambio.
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