En los estudios sobre el crimen, hay una vieja frase bien acuñada: el lugar importa (place matters). Esa fórmula resalta que la decisión de robar depende de factores inherentes al individuo, pero también de otros propios del contexto o, mejor dicho, de los barrios.
En ocasiones, nos concentramos en los barrios peligrosos o “malos”, y dejamos de lado a los “buenos” (o más pudientes). Desafiando esta lógica, un reciente estudio* se preguntó si los barrios “buenos” de alguna manera contagian a los barrios “malos”.
El resultado central de dicho trabajo es que hay más adolescentes que incurren en actividades delictivas cuando viven en barrios con desventajas sociales que están rodeados por barrios de mayor nivel socioeconómico. En este caso, los autores entienden desventaja social como una variable que promedia población en desempleo y población con ayuda del gobierno (de salud, empleo u otra). En un sentido más estricto, son barrios vulnerables.
En otras palabras, cuando un adolescente vive en un barrio vulnerable, su propensión a delinquir es mayor cuando en los barrios aledaños hay gente con menor vulnerabilidad. Pero, de acuerdo al estudio citado, no es así cuando los barrios aledaños también son vulnerables.
La clave es la diferencia entre barrios, es decir, percibir la desigualdad y cómo esta se expresa producto de esa comparación. Hay tres razones que lo explican, de acuerdo al señalado estudio.
Primero, barrios aledaños con mayor distancia socioeconómica generan más oportunidades para delinquir. Es una tesis similar a la teoría de la anomia que inundó las explicaciones del crimen en el Estados Unidos de la década del 60. Si no lo puedo conseguir lo que tienen mis vecinos por medios lícitos, opto por los ilícitos.
Segundo, el contraste entre personas con diferentes recursos genera sentimientos de injusticia. Está vinculado a lo anterior. Para los autores, no hay injusticia sin tener en consideración cómo es que se han forjado dichas desigualdades. Así, la injusticia se ve como el resultado de la valoración del éxito, de la distribución de recursos para lograrlo y de la distribución de oportunidades para alcanzarlo.
Tercero, el efecto también viene de los padres. Los padres que viven en barrios vulnerables rodeados de barrios similares se preocupan más por lo que hacen sus hijos: con quiénes paran, quiénes son malas juntas, a qué hora regresan, etc. Hay mayor monitoreo parental. Pero cuando los padres consideran que los barrios colindantes no son para preocuparse (porque al tener más recursos asumen que implican menos peligro), bajan la guardia y ejercen una menor vigilancia sobre sus hijos. En este escenario más “relajado”, la socialización de los hijos es más desestructurada, quienes propician cubrir el vacío parental con otros espacios de socialización menos sanos (con los malos del barrio).
No confundamos el análisis con la solución. La lección del estudio no es distanciar a barrios “buenos” de “malos”. La idea es disminuir las desventajas sociales que los separan desde las políticas públicas y no con programas focalizados, sino con medidas universales.
En ese objetivo, la policía tiene un rol limitado. Por supuesto, se necesita más seguridad y presencia policial en barrios vulnerables y peligrosos. Pero el cierre de las brechas entre barrios (o distritos, para ampliar la perspectiva) recae en otras políticas (Educación, Salud, Trabajo, Mujer, etc.) que permitan aplanar la vulnerabilidad de los barrios “malos”.
Y sí, el Ministerio del Interior conduce la Estrategia Multisectorial Barrio Seguro implementado en zonas peligrosas y vulnerables. Aunque tiene un enfoque positivo, su alcance, real multisectorialidad e impacto son aún bastante limitados.
* Vogel, Hoeben & Bernasco (2020). Nearby neighbourhood influences on adolescent offending. British Journal of Criminology, 1-23. https://bit.ly/34cIiBF
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