Finalista en las ediciones del Premio Copé 2014 y 2016, el escritor peruano hizo su debut con “Los Buguis” bajo el seudónimo de Joe Iljimae. Este año, vuelve con un libro de 6 cuentos que refleja un paso adelante en su obra.
No parecen lejanos, pero han transcurrido cuatro años desde que el escritor Joel Maldonado —entonces firmaba con el animesco seudónimo Joe Iljimae— publicó “Los Buguis” (Paracaídas, 2015), un conjunto de cuentos en el que apostó por retratar a una protopandilla de niños y adolescentes que ponían a prueba su virilidad mediante juegos y ritos de iniciación que rozaban lo inquietante y ocurrían en la accidentada geografía de Ñaña.
La edad de sus personajes le permitió tocar temas afines a la brutalidad, la lealtad y la inocencia de la psique masculina, mientras que la topografía le facilitó crear su propio referente literario (“neorrural”, le llamó más de un crítico). Pero si bien en “Los Buguis” había relatos notables que reflejaban las virtudes de Maldonado como narrador, no dejaba de estar herido por la irregularidad de su lenguaje y ciertos giros de trama inverosímiles.
El tiempo, por suerte, parece haber limado al autor en la elección de sus registros y la estructuración de sus historias, pues su nueva publicación “Quien golpea primero golpea dos veces” (Campo Letrado, 2019), esta vez rubricada bajo el nombre de J. J. Maldonado, respira la madurez que se esperaba.
Con seis relatos de irregular extensión, Maldonado ha logrado redondear el mundo salvaje que ya planteaba en “Los Buguis”, con la excepción de que en esta oportunidad no hay lugar para la inocencia. Tampoco para la presencia protagónica de Ñaña. Pues este cuentario se propone ser una visitación al delirio, la ultraviolencia, el incesto, la parodia teológica, la explotación humana y otros tópicos que parecen sacados de la “Historia universal de la infamia”.
Los resultados no siempre son satisfactorios. Y el problema fundamental reside en la propensión del autor a caer en el efectismo de crear imágenes “potentes”, así como en la desprolijidad de una prosa que tiende a un barroquismo al estilo de Cormac McCarthy y Flannery O’Connor, sus referentes más obvios. Es el caso de “C'est la mort”, relato que abre el conjunto y cuenta la historia de un alto jerarca nazi, acosado por unas sombras amorfas y cazadores de aspiraciones poéticas.
Sin embargo, cuando Maldonado apuesta por depurar su estilo sin abandonar su riqueza verbal, sus historias rinden mejores frutos y salen airosas del amaneramiento. Consiguen, sin duda, lo que buscan: pegar fuerte. Y en ese sentido el más sobresaliente es “Hijo de Dios”, un relato inspirado en “El cobrador” de Rubem Fonseca, que comparte con su referente la virtud del ritmo ágil y una trama con una variante seductora: esta vez el sociópata que se la tiene jurada a la sociedad y dispara a mansalva es un fanático religioso con ínfulas de vengador divino.
En la misma línea va “Derecho por herencia”, historia de dos hermanos que buscan vengar la muerte de su deudo menor a manos de un toro. Aunque la trama alterna del incesto no logre cerrar con el efecto esperado, su solvencia en la estructura lo colocan entre lo más atractivo del conjunto. Lo mismo sucede con “INRI”: una breve biografía de Cristo en clave paródica escrita desde un lenguaje con rezagos poéticos.
Los dos últimos cuentos de “Quien golpea primero golpea dos veces” —“Valhalla” e “Incendios”— son capaces no de satisfacer en su totalidad, pero sí de dejarnos con sentimientos encontrados. Ambas son historias tremendas: la primera trata de un peruano que sobrevive en los bajos fondos de Tokio al someterse como saco de box a japoneses dispuestos a descargar su furia; la segunda, sobre una mujer marcada por un violento episodio de su infancia que contrapuntea con su situación actual en búsqueda de trabajo.
Si, como decía Julio Cortázar, un cuento debía ser el knock-out que deja en la lona al lector, tras la lectura de estos dos relatos queda la sensación de que el autor supo dar buenos golpes. Pero algo faltó. ¿Será el exceso de información en sus monólogos interiores, que no dejó lugar para la insinuación, la ambigüedad, la sugerencia? ¿O su superávit verbal? De algo, no obstante, se puede estar seguro: J. J. Maldonado demuestra talento y oficio. Y eso ya es bastante.
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