Durante la presentación de la edición conmemorativa de la novela Rayuela, realizada la semana pasada en el VII Congreso de la Lengua Española, Mario Vargas Llosa dijo lo que no tenía que decir: que la famosa novela de Julio Cortázar no fue la mejor obra escrita por el autor argentino. “Yo creo que el Cortázar del futuro, el que tendrá siempre admiradores devotos y discípulos literarios, es el de los cuentos”, expresó.
La declaración del premio nobel circuló rápidamente en los medios debido a dos razones evidentes. La primera, por la nueva edición de Rayuela, publicación conmemorativa preparada por la Asociación de Academias de la Lengua Española, que, como cada año, escoge un libro para rendir homenaje a un escritor destacado (y, sobre todo, del Boom Latinoamericano; La ciudad y los perros forma parte de esta colección). Como es lógico, tanto la Asociación y la editorial Penguin Random House estaban esperando vender el libro apenas acabada la ceremonia, y palabras como estas no son muy convenientes. La segunda, porque la presentación se realizó en Córdoba, Argentina, el país de Cortázar.
Sin embargo, y más allá de las primeras reacciones, vale la pena detenerse en el comentario de Vargas Llosa porque son pocas las veces en que los escritores latinoamericanos hablan de novelas canónicas. Desde su publicación en 1963, Rayuela fue el símbolo de toda una generación literaria, pues ella plasmaba toda la modernidad formal a la que aspiraban los escritores de la época. Gabriel García Márquez, Guillermo Cabrera Infante y el propio Vargas Llosa ya habían ensayado algunas innovaciones, fruto de sus propias exploraciones, pero Cortázar los dejó atrás. Fue él quien se propuso escribir la novela-juego, el libro que se podía leer de la manera “tradicional” (en orden, desde la primera página hasta la última) o según el “Tablero de dirección”, que es el modo propuesto por el autor. Es también el libro de Oliveira, la Maga y el gíglico, el idioma inventado para los enamorados. No obstante, la novela no llega a construir una historia que luego nos permita recordarla y contarla, tal como ocurre con la mayoría de novelas. Vargas Llosa, citando a Georges Bataille, justificó su postura diciendo que “la novela es rara porque no expresa el mal ni lo peor de la experiencia” sino “lo mejor de la experiencia humana”.
La discusión sobre si Rayuela cumple o no cumple con el género de la novela excede a estas líneas, pero lo importante aquí es saber que en momentos como estos nos encontramos en aquello que los estudiosos de la recepción literaria llaman “cambio de horizonte de expectativas”, o sea, un cambio en el modo en que nos acercamos a un libro. Y en el caso del libro de Cortázar sucede lo mismo. Aparentemente, lo que más ha quedado de él son estos personajes, ciertos capítulos y un tipo de lenguaje, pero no la novela como estructura. ¿Esto es malo para la novela? Tal vez no tanto. Tal vez, lo que ha hecho Vargas Llosa (que tal vez coincide con lo que algunos han pensado antes) ayudará a que el querido libro sea revalorado y apreciado con otros ojos. Esto es mucho mejor a seguir pensando, forzosamente, que se debe leer como una novela y que solo así se puede ingresar a ella.
El escritor peruano no ha ninguneado la novela, como dijo el diario catalán El periódico el día siguiente de la declaración. Por el contrario, fue el primero en reconocer su importancia y su lugar en la historia de la literatura: “El libro despertó algún centro nervioso de la personalidad de mucha gente, alguna curiosidad, y era precisamente por aquella extraordinaria libertad que tocó alguna fibra de la niñez que todos en algún momento hemos añorado”. También destacó el valor y la calidad de sus cuentos, donde, según él, se encuentra la verdadera madera del argentino.
La literatura es un arte que puede innovar, pero también puede cobrar nuevos sentidos gracias a la labor de los lectores. Son ellos los que, liberándose de los cánones de la crítica, logran echar nuevos aires a lo que a veces el tiempo empieza a marchitar.
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