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El plan de Draghi para salvar al euro

¿Los países tendrán que acceder a nuevas y drásticas reformas, además de las que ya se están implementando, antes de que el BCE salga en su ayuda?

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En un cálido día de verano en vísperas de los Juegos Olímpicos, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, se puso de pie en una conferencia de negocios en Londres y soltó una bomba.

"Dentro de nuestro mandato, el BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar al euro", dijo ante una audiencia en Lancaster House, un gran edificio en el centro de Londres. Después, hizo una pausa. "Y créanme que va a ser suficiente".

Los mercados globales, sumergidos en conversaciones sobre una ruptura de la zona euro, se recuperaron con fuerza de la mano del mensaje inesperado de Draghi.

Igualmente conmocionados quedaron los ayudantes del jefe del BCE y sus colegas del equipo del Consejo de Gobierno, que formula las políticas del banco, ninguno de los cuales sabía que Draghi haría una promesa de semejante magnitud.

"Nadie sabía que esto iba a suceder. Nadie", dijo un funcionario de alto rango del BCE.

Lo cierto es que ése discurso fue sólo el comienzo. Draghi no estaba en condiciones de garantizar que haría todo "lo que sea necesario". Sus palabras fueron una apuesta que desató semanas de frenética diplomacia tras bambalinas y de combates públicos, que pondrían a prueba severamente las relaciones de los principales protagonistas de la crisis de la zona euro.

Reuters reconstruyó mediante conversaciones con altos funcionarios del BCE y con los actores centrales del drama del euro, la mayoría en condición de anonimato, un cuadro detallado de las negociaciones que llevaron al discurso del 6 de septiembre cuando Draghi anunció que el BCE estaba listo para comprar cantidades "ilimitadas" de bonos emitidos por los miembros más afectados de la zona euro.

La clave del gambito de Draghi pasó por ganarse el apoyo de una buena cantidad de miembros del Consejo de Gobierno del BCE. Uno de ellos, Jens Weidmann, presidente del poderoso Bundesbank, devino en un fuerte crítico del plan. Junto a sus pares alemanes de línea dura, Weidmann cree que compromete la independencia sagrada del BCE y aviva la inflación, un tema tabú en el país desde que la hiperinflación de la década de 1920 dio paso al nazismo.

Sin embargo, tener a Alemania a bordo era esencial. La mayor economía de Europa ha servido como financista del bloque durante la crisis. Si las políticas de Draghi se hubieran topado con un muro alemán, seguramente habrían fracasado.

Al final, Draghi se ganó a todos en el consejo a excepción de Weidmann y logró algo aún más crucial: el respaldo la canciller alemana Angela Merkel, la líder dominante de Europa.

"Mario es alguien que, cuando está convencido de que tiene razón, no tiene problema en seguir adelante", dijo Francesco Giavazzi, un profesor italiano de economía que ha trabajado frecuentemente con Draghi desde que estudiaron juntos en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en 1970.

Esta es la historia de cómo Draghi se salió con la suya.

CASCO PRUSIANO

Pocas horas después del discurso de Londres, los sorprendidos colegas del presidente del BCE reconocieron su importancia y se pusieron en movimiento.

Joerg Asmussen, un ex viceministro de Finanzas de 45 años que se había unido al BCE en enero, alertó a Merkel.

Asmussen emergería en un actor clave en las agitadas semanas posteriores. Alemán, pragmático y de fuerte raigambre europea, vinculado a todos los protagonistas de la saga -Draghi, Merkel y Weidmann- tiene una posición única para ayudar a lograr un consenso.

Mientras Asmussen informaba a Berlín, su colega francés en el directorio del BCE, Benoit Coeuré, hacía lo propio con París. Dentro de las 24 horas posteriores al discurso de Draghi, Merkel y el presidente francés, Francois Hollande, hablaron por teléfono y divulgaron una declaración que se hacía eco de la promesa del presidente del BCE.

Fue una primera señal de que el arriesgado y aún críptico plan del italiano podía funcionar.

Pero la movida apenas estaba empezando. En Fráncfort, en el coloso de cemento de los años 1970 que alberga al Bundesbank, los funcionarios estaban en plena ebullición por el discurso de Draghi en Londres y le exigían que revelara sus verdaderas intenciones.

A principios del año pasado, el jefe del banco central de Alemania, Axel Weber, había renunciado repentinamente en protesta contra las políticas de lucha contra la crisis del predecesor de Draghi, Jean-Claude Trichet.

El francés había puesto en marcha la primera ronda de compra de bonos soberanos del BCE para reducir los costos de los países de la zona fuertemente endeudados como Grecia, Portugal, España e Italia.

Weber, quien estuvo en la fila de probables reemplazantes de Trichet, denunció que esa iniciativa era una práctica peligrosa: imprimir dinero para financiar estados derrochadores.

Cuando Weber se plantó, abrió la puerta a Draghi y a Weidmann, un ex alumno de Weber que había servido como asesor económico de alto rango de Merkel en Berlín.

Weidmann, el presidente del Bundesbank más joven de la historia, quedó en la misma incómoda posición en la que había quedado su mentor. El BCE estaba al borde de lo que parecía un nuevo y ambicioso programa de compra de bonos.

Draghi necesitaba asegurarse de que Weidmann no huiría como Weber. Si lo hubiera hecho, podría haber desencadenado una reacción en Alemania que podría haber acabado con su plan antes de que viera la luz.

Los dos se reunieron para tomar un café en la oficina de Draghi en el piso 35 de la Eurotower el 30 de julio, cuatro días después del discurso.

Expuesto en un estante detrás de la mesa de conferencias de Draghi había un casco prusiano negro y dorado de 1871, un regalo del diario alemán Bild para simbolizar su confianza en que el jefe italiano del BCE compartiría la disciplina alemana.

La conversación fue cortés y profesional, según relataron a Reuters fuentes cercanas a la reunión. Pero Weidmann dejó en claro que se opondría a cualquier resurgimiento de compra de bonos.

Los dos bancos centrales más potentes de Europa estaban en desacuerdo. A los pocos días, Draghi debió presidir la primera reunión del BCE desde que había dado su discurso. Los mercados estaban esperando que se revelaran medidas concretas. Pero aún tenía que darle cuerpo a su plan, y no sabía cuántos funcionarios compartían las dudas de Weidmann.

Una cena en la Eurotower en la víspera de la reunión del consejo tranquilizó a Draghi. Sentados alrededor de una gran mesa en una sala de conferencias, cuatro miembros del consejo del BCE -Asmussen estaba de vacaciones en Francia - y los gobernadores de los bancos centrales de los 17 estados miembros del euro intercambiaron comentarios sobre el queso de cabra horneado, la carne asada y la mousse de caramelo.

Draghi y Coeuré presentaron las líneas generales de una propuesta para comprar bonos que había sido elaborada por el directorio. Algunos, incluyendo al jefe del banco central holandés Klaas Knot, y a su par finlandés, Erkki Liikanen, tenían sus reservas. Sólo Weidmann estaba absolutamente en contra. El consejo acordó que los expertos del BCE se tomaran varias semanas para perfeccionar el plan.

El 2 de agosto, mientras el consejo hacía los retoques finales a la declaración que Draghi entregaría en una conferencia de prensa por la tarde, Weidmann hizo una petición especial. Quería que el presidente del BCE dejara en claro a los periodistas que el apoyo a la compra de bonos no había sido unánime. Draghi estuvo de acuerdo.

Unas horas más tarde, el jefe del BCE dijo a periodistas en Fráncfort y a los inversores que estaban mirando las pantallas en todo el mundo que el BCE pronto podría comenzar a comprar bonos para reducir los costos de endeudamiento en países como España e Italia.

Pero su falta de detalles específicos decepcionó a los mercados. Y cometió un error crucial. En lugar de apegarse a la práctica anterior y mantener vaga la información sobre quiénes habían disentido con la idea, nombró a Weidmann como el rebelde solitario, lo que enfureció a los funcionarios del Bundesbank y del consejo del BCE que simpatizaban con el alemán, según varias fuentes.

"No era justo que solo señalara a Weidmann", dijo un funcionario de alto rango del BCE.

En las semanas siguientes, un Bundesbank irritado trabajaría horas extras para socavar a Draghi y a sus planes a través de una combinación de declaraciones públicas y agresivas filtraciones. Calificando a Draghi de "blando", Bild amenazó con reclamar su casco prusiano.

El debate repercutió en Berlín, inquietando al líder más poderoso de Europa.

EN LA CUERDA FLOJA

Angela Merkel ha estado caminando en la cuerda floja desde que estalló la crisis del euro a finales del 2009, usando una retórica dura para apaciguar a un electorado profundamente escéptico sobre el apoyo a los miembros afectados por la crisis, mientras empujaba ofertas de rescate a través del Parlamento para mantener intacta a la moneda única.

El plan de Draghi planteó un dilema a la cautelosa canciller de 58 años. Su ex asesor Weidmann y muchos en el conservador "establishment" alemán se opusieron.

Sin embargo, para Merkel fue un regalo del cielo. Con los líderes europeos en desacuerdo acerca de los planes para integrar sus políticas fiscales y los sistemas bancarios, el BCE es el único órgano capaz de calmar los mercados y mantener estable a la zona euro.

Merkel, que enfrentará una batalla para ser reelecta en el 2013, se resistía a ver cómo explotaba la zona euro ante sus ojos. "Super Mario" le había ofrecido un salvavidas.

En privado, las fuentes dicen que Merkel se quejó ante sus asesores de que Draghi estaba siendo injustamente atacado en Alemania porque era italiano. En público, se mantuvo escrupulosamente tranquila durante semanas.

Luego, durante un viaje a Canadá a mediados de agosto, Merkel respaldó por primera vez al jefe del BCE de manera inequívoca, describiendo sus políticas como "completamente en sintonía" con las suyas y con las de los líderes europeos.

Pero en casa se estaba gestando una reacción negativa.

El 26 de agosto, el influyente semanario Der Spiegel publicó una entrevista con Weidmann en la que el funcionario hizo una comparación del plan de Draghi con una droga peligrosamente adictiva.

Días más tarde, Alexander Dobrindt, un político de primer nivel de un partido de Baviera hermano del de Merkel, cargó con dureza contra Draghi tildándolo de "Falschmuenzer" o falsificador.

Incluso aliados de Draghi parecían estar abandonándolo. Asmussen había pasado noches enteras trabajando con Weidmann en Berlín durante el apogeo de la crisis financiera mundial y había estudiado junto con él en la Universidad de Bonn.

Los dos eran muy diferentes. Weidmann, reservado y serio, se había negado a trasladar a su familia desde Fráncfort cuando se mudó a la capital alemana para asesorar a Merkel. Asmussen, su pareja y sus dos hijas, no podían ni imaginar desarraigarse de la moderna Prenzlauer Berg en Berlín, cuando se incorporó al Banco Central Europeo.

Nacidos con una diferencia de un año y medio, no son amigos cercanos, pero se llaman en los cumpleaños y en ocasiones se avisan cuando salen notas sobre ellos en la prensa. Ambos se mostraron indignados cuando Bild, sin hablar con ninguno, publicó un artículo el 27 de agosto diciendo que estaban enfrentados.

Asmussen se molestó por el aislamiento al que había sido sometido Weidmann y comenzó a presionar contra Draghi, dando entrevistas y discursos en los que condicionaba el programa de compras de su jefe a variables difíciles como la participación del FMI. El espacio de maniobra del italiano se estaba reduciendo día tras día.

El 30 de agosto Bild informó que Weidmann había considerado renunciar, al igual que Weber. No era cierto, el joven jefe del Bundesbank nunca había pensado seriamente en abandonar su cargo, según fuentes del banco central alemán.

Pero el informe sumaba presión sobre Draghi. Mientras se aproximaba el fin de agosto, el presidente del BCE canceló sus planes de asistir a una conferencia de banqueros centrales en Jackson Hole, Wyoming. Tenía una semana para forjar un consenso sobre su plan de compra de bonos. Sin embargo, aún tenía que negociar prácticamente todos los detalles.

EL PLAN SE CONSOLIDA

Draghi trabajó durante el fin de semana del 1 y 2 de septiembre y también al día siguiente, en su cumpleaños 65, para terminar el plan.

Reservado, tenía en sus alforjas una experiencia que la mayoría de los banqueros centrales envidiaría. Después de obtener un doctorado en Economía en el MIT, trabajó en el Banco Mundial en Washington, dirigió el Tesoro italiano, pasó una temporada en Goldman Sachs, dirigió el banco central italiano y el Consejo de Estabilidad Financiera (FSB), un organismo regulador global.

En contraste con la gestión detallista de su predecesor, que se ocupaba incluso de los temas más pequeños, a Draghi le gusta delegar para centrarse en las cuestiones estratégicas importantes. Tiene la reputación de tomarse su tiempo y escuchar cuidadosamente antes de tomar decisiones. Y una vez que se compromete ya no mira hacia atrás, dijeron personas cercanas al funcionario.

Una serie de documentos confidenciales habían estado circulando en el BCE desde junio con el objetivo de explorar nuevas alternativas para intervenir en el mercado de bonos y bajo qué condiciones podría hacerse. Draghi necesitaba acotar las opciones y afianzar un acuerdo rápido.

Al insistir en que cualquier compra de bonos del BCE debería estar atada a un programa de ayuda que involucre al FMI, conocido por la dureza de sus condiciones, Asmussen replanteó una posición que podría desalentar a los países incluso a pedir asistencia.

Su estilo áspero para negociar buscaba evitar que el anuncio del plan de estímulo del BCE condujera a los países a moderar sus reformas.

Irritado por parte del debate público sobre el proyecto, Draghi dijo que los riesgos a los que se enfrentaba la zona euro obligaban al banco a actuar. Y tras una intensa negociación ganó. En la reunión de política del 6 de septiembre todos los miembros del Consejo de Gobierno apoyaron el plan de adquirir bonos soberanos en los mercados secundarios, excepto Weidmann.

Pero la posición de Weidmann y las maniobras de otros simpatizantes con su causa aseguraron que cualquier intervención del BCE se realizaría con una fuerte dosis de "condicionalidad".

Los países que quisieran que el BCE interviniera primero deberían acceder a un programa de ayuda formal. El FMI debería estar involucrado y se restringirían las compras a vencimientos de hasta 3 años. El BCE podría elegir vender tanto como comprar bonos, una advertencia velada a los países de que el prestamista podría terminar con el aporte si no cumplían con sus compromisos.

La nueva iniciativa sólo necesitaba un nombre.

Inicialmente denominada "Operaciones Directas de Mercado Abierto", la junta del BCE desechó el término por "Transacciones Directas Monetarias" antes de elegir el término gramatical más adecuado "Transacciones Monetarias Directas" (OMT) poco antes de que se develara el programa.

Iniciando su conferencia de prensa con una sonrisa mordaz, Draghi anunció: "Bajo las condiciones apropiadas, tendremos una barrera de contención completamente efectiva para prevenir escenarios potencialmente destructivos".

Luego dejó en claro que el volumen de compras de bonos sería ilimitado. Las acciones líderes de la zona euro se dispararon a niveles que no se veían desde marzo y el euro extendió su marcha alcista. Una semana después, el Tribunal Constitucional de Alemania le dio luz verde al nuevo fondo de rescate de Europa y los votantes holandeses le otorgaron a los partidos proeuropeos una radical victoria electoral.

Después de tres años de una crisis aparentemente constante, Europa podría volver a respirar.

DEMOSTRAR CON HECHOS

Es demasiado pronto para presentar el plan de Draghi como una solución a la crisis. El banco central no ha comprado ningún bono todavía y sus miembros ya están enviando señales contradictorias sobre el modo en el que el plan se implementará.

Quedan muchas dudas: ¿Los países tendrán que acceder a nuevas y drásticas reformas, además de las que ya se están implementando, antes de que el BCE salga en su ayuda? Si lo hacen, ¿disuadirán a Roma y a Madrid para que busquen ayuda?

Y ¿están Draghi y sus colegas realmente dispuestos a poner su dinero donde está su boca y comprar una cantidad ilimitada de bonos? Un enfoque indeciso, inhibido por las dudas de los alemanes, condenó al fracaso a un programa previo de Trichet.

"Funcionará si la expectativa de asistencia ilimitada no se ve alterada o comprometida", dijo Domenico Lombardi, investigador principal de Brookings Institution y miembro del directorio ejecutivo del FMI, que conoce a Draghi.

"La palabra clave es "ilimitada"", añadió. "Ya fue dicho, pero las acciones que genere tendrán que ser consistentes", agregó.

Quizá una pregunta más importante a largo plazo es cuál será el impacto que tendrá sobre la confianza en Alemania. En el nacimiento de la moneda única, el BCE fue vendido a los alemanes como una copia perfecta del Bundesbank, una entidad independiente cuyo único objetivo sería luchar contra la inflación.

Ahora muchos alemanes se sienten traicionados y algunos están convencidos de que el BCE fue tomado por un grupo de sureños que se oponen a una austeridad severa. Una encuesta dada a conocer el día que Draghi anunció su plan mostró que cerca de uno de cada dos alemanes tenían poca o ninguna confianza en él.

Sin embargo, Draghi consiguió ganar el tiempo suficiente como para que los políticos pudieran acomodar el desorden. El destino de la moneda depende ahora de si esos políticos aprovechan la oportunidad que les prometió Draghi en ese cálido día de verano en Londres.

REUTERS

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