Pocas veces se le vio celebrar un gol con tanta pasión. El contexto del Clásico generó que la sangre de Messi llegue al punto máximo de ebullición.
"Es un pecho frío", "no vive los partidos", "jamás va a planchar con la cara". Esas son algunas frases que le han escupido a Lionel Messi sus críticos. Sin embargo, este fin de semana vimos la versión más guerrera y fiera del crack rosarino, coronada con una celebración que jamás olvidará la hinchada rival y sus detractores.
El Clásico de España quedó 3-2 a favor del Barcelona y 'La Pulga' tomó un impulso más en esa guerra por ser el mejor de todos los tiempos. Más allá del genial disparo de zurda al minuto 92 y la corrida de Sergi Roberto, el mundo quedó en shock con el festejo de un jugador que muchas veces da la sensación de no expresar lo que siente. Sí, por primera vez Messi se dio el tiempo de responderle a la grada.
El Clásico tenía una carga emocional muy fuerte para Messi. No le marcaba al Real Madrid hace 6 partidos, al minuto 20 recibió un codazo que lo sacó del partido con la boca ensangrentada y los gritos de la tribuna del Santiago Bernabéu eran para recordarle que hace algunos días, Juventus había sacado al equipo de sus amores de la Champions League.
Sin Neymar, su socio de ofensiva, Messi tomó la bandera del equipo y con puro instinto fue, luchó y rompió el maleficio con un brillante gol en el primer tiempo. No bastaba, el partido estaba 1-1 y Barcelona le servía La Liga en bandeja de plata al Real Madrid. Eso iba cargando las baterías del argentino, iba calentando la sangre de un jugador que quería responder a tanta crítica que circuló en la previa al Clásico.
En el complemento, Messi siguió luchando. El equipo se contagió. Ahora tenía a Iniesta y Suárez hablando el mismo idioma. El partido era ganar o morir y el tiempo se agotaba. Antes del 2-2 de James Rodríguez, Sergio Ramos fue a liquidar al argentino con una violenta barrida, pero ni eso frenó a Messi que guardaba su última bala para un eventual ataque.
Todo general necesita un soldado que rompa la formación para ganar la batalla. Sergi Roberto corrió al área rival buscando la hazaña y luego de una combinación de pases entre Jordi Alba y André Gómes, Messi llegó con la determinación de los genios para poner el pie y coronar 500 gritos de gol. La pelota movió la red y luego de sacarse la camiseta, el rosarino tenía en mente decirle al planeta: "Aquí estoy yo, soy el '10', el mejor del mundo y no hay crítica que pueda derrumbarme".
Para los entendidos, el beso en el escudo significa el compromiso eterno con el Barcelona y que la renovación está más cerca. Para otros fue el festejo de gol más apasionante de la carrera de Messi y en respuesta a todo aquel que alguna vez lo llamó "pecho frío".
Comparte esta noticia