A poco del inicio de la Copa América, un pequeño espacio entre las graderías del Nacional permanece intacto, como hace más de 40 años: la oprobiosa dictadura de Pinochet tiene un espacio que los chilenos no quieren olvidar.
El Nacional de Santiago espera a los miles de espectadores que poblarán sus graderías por algunas horas con ansias de ver buen fútbol y sentir las emociones propias de un deporte que sabe tener en suspenso a sus fanáticos más fervorosos y a los más escépticos también.
Las butacas en las tribunas del estadio emblema del fútbol chileno lucen revestidas de color rojo, como en su bandera, pero como el rojo que también tiñó las páginas más tristes de la historia del país del sur. Entonces el fútbol se llena de nostalgia y no puede desligarse del recuerdo, sus ciudadanos tampoco desean hacerlo.
El 12 de septiembre de 1973, se empezaron a llenar esas graderías de presos políticos -que luego llegaron a aproximadamente 20 mil- capturados un día después de que el general Augusto Pinochet tomase el poder tras un golpe de estado que terminó con la muerte del presidente Salvador Allende.
A lo lejos, un conjunto de maderas roídas por la lluvia, el calor, el paso del tiempo aparece cercada por unas rejas negras que parecen desafiar a la historia; se puede leer en la parte superior del lugar "Un pueblo sin memoria es un país sin futuro", lema que fue elegido por un grupo de expresos políticos que sufrieron las atrocidades cometidas por el gobierno pinochetista.
Kally Kuntsman, presidenta de este grupo le explicó al diario El País de España por qué este es ahora un pequeño templo de la resistencia en medio de la pureza del fútbol. Esa zona del estadio era la mejor para poder enviar mensajes a los familiares que estaban afuera horas esperando a ver si sus parientes estaban bien en el interior.
"Los presos se quitaban una prenda reconocible y la levantaban en brazos para que sus seres más queridos estuviesen tranquilos después de días buscándoles", contó Kuntsman.
Entonces los prisioneros, quienes no tenían acceso a saber horas o noticias tenían que ir marcando como podían los días de estancia y aprender a sobrevivir entre ellos con la hostilidad de los que vigilaban el lugar.
"Las peores torturas se hacían en el Velódromo. Llamaban gente, uno por uno, desde aquellos altavoces y se los llevaban por la puerta del Maratón. Volvían rotos, cansados o no volvían", expresa Kuntsman.
Los chilenos se niegan a olvidar la historia. La recuerdan más aún a poco del inicio de la Copa América, la fiesta del fútbol que también tiene acaso una cita con la memoria de los miles de presos que estuvieron en ese mismo campo de concentración escribiendo las páginas oprobiosas de la dictadura pinochetista y que jamás quieren repetir.
Comparte esta noticia