Lejos de ser estereotipada, la película ´Invictus´ cuenta con veracidad un episodio que marcó la historia de la vida de Nelson Mandela como un político.
En la última década Clint Eastwood no ha parado de dar lecciones de cine desde su sillón de director y su nueva película, "Invictus", es una más pero no sólo en el ámbito cinematográfico, sino en el político, en el social y en el de la vida en general.
Eastwood ha contado para este filme con una serie de elementos atractivos: una sólida historia real y bien contada por John Carlin en su libro; un personaje carismático y respetado, el líder sudafricano Nelson Mandela; un deporte duro y que provoca admiración, el rugby, y, sobre todo, un país enfrentado por el color de la piel.
Más que suficiente para hacer una película interesante pero que en manos de Eastwood ha pasado a ser algo más.
Lejos de ser manida o estereotipada, "Invictus" cuenta con veracidad y con solidez un episodio que marcó la historia de Mandela como político y que, probablemente, colaboró en gran manera a permitir la convivencia en un país tan duramente marcado por la tragedia.
Al ganar Mandela las elecciones, tras haber pasado 27 años en la cárcel por sus ideas políticas y por su lucha contra el racismo y la discriminación, se encontró con un país dividido por el color de la piel y por el odio que se profesaban las dos partes de la población.
Carlin narra en su libro un hecho que permitió a Mandela unir las separadas voluntades de negros y blancos: La Copa del Mundo de rugby que se debía jugar en Sudáfrica en 1995.
Ese es el episodio que Eastwood narra con pulso firme y la necesaria emotividad pero sin caer nunca en la lágrima fácil ni en la compasión innecesaria.
Una historia que se sostiene en el duelo interpretativo de Morgan Freeman como Mandela y de Matt Damon como François Pienaar, un afrikaner capitán de la selección sudafricana de rugby.
Pero que cuenta con toda una serie de detalles que explican mucho de la personalidad de Mandela y de la realidad sudafricana de aquel momento.
Y que cuenta con una parte importante en la relación de los guardaespaldas de Mandela. El grupo de negros que llega con él al palacio presidencial y el de blancos que había servido hasta entonces al anterior presidente del país, Frederik de Klerk.
Estos personajes anónimos se convierten en un elemento esencial de una historia que sabe contagiar al espectador el deseo de todo un país y las ansias de paz de un solo hombre.
A pesar de que Eastwood no ahonda en la personalidad de Nelson Mandela, no es necesario para comprender a través de los gestos mimetizados de Freeman toda la dimensión del hombre y del político.
Una lección más de Eastwood, cuya carrera como director ha evolucionado vertiginosamente hasta convertirse en uno de los más sólidos del panorama cinematográfico actual.
"Invictus" se estrena mañana esta semana en España, Argentina y Brasil.
-EFE-
Eastwood ha contado para este filme con una serie de elementos atractivos: una sólida historia real y bien contada por John Carlin en su libro; un personaje carismático y respetado, el líder sudafricano Nelson Mandela; un deporte duro y que provoca admiración, el rugby, y, sobre todo, un país enfrentado por el color de la piel.
Más que suficiente para hacer una película interesante pero que en manos de Eastwood ha pasado a ser algo más.
Lejos de ser manida o estereotipada, "Invictus" cuenta con veracidad y con solidez un episodio que marcó la historia de Mandela como político y que, probablemente, colaboró en gran manera a permitir la convivencia en un país tan duramente marcado por la tragedia.
Al ganar Mandela las elecciones, tras haber pasado 27 años en la cárcel por sus ideas políticas y por su lucha contra el racismo y la discriminación, se encontró con un país dividido por el color de la piel y por el odio que se profesaban las dos partes de la población.
Carlin narra en su libro un hecho que permitió a Mandela unir las separadas voluntades de negros y blancos: La Copa del Mundo de rugby que se debía jugar en Sudáfrica en 1995.
Ese es el episodio que Eastwood narra con pulso firme y la necesaria emotividad pero sin caer nunca en la lágrima fácil ni en la compasión innecesaria.
Una historia que se sostiene en el duelo interpretativo de Morgan Freeman como Mandela y de Matt Damon como François Pienaar, un afrikaner capitán de la selección sudafricana de rugby.
Pero que cuenta con toda una serie de detalles que explican mucho de la personalidad de Mandela y de la realidad sudafricana de aquel momento.
Y que cuenta con una parte importante en la relación de los guardaespaldas de Mandela. El grupo de negros que llega con él al palacio presidencial y el de blancos que había servido hasta entonces al anterior presidente del país, Frederik de Klerk.
Estos personajes anónimos se convierten en un elemento esencial de una historia que sabe contagiar al espectador el deseo de todo un país y las ansias de paz de un solo hombre.
A pesar de que Eastwood no ahonda en la personalidad de Nelson Mandela, no es necesario para comprender a través de los gestos mimetizados de Freeman toda la dimensión del hombre y del político.
Una lección más de Eastwood, cuya carrera como director ha evolucionado vertiginosamente hasta convertirse en uno de los más sólidos del panorama cinematográfico actual.
"Invictus" se estrena mañana esta semana en España, Argentina y Brasil.
-EFE-
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