Todos tenemos prisas por que los otros cambien y dejen de ser malos. Pero a nosotros nos falta ese mínimo de comprensión con sus debilidades y saber darles tiempo.
El Evangelio de hoy me trae a la mente algunos artículos de Paulo Coelho. Ustedes se habrán dado cuenta que tengo cierta preferencia por él, por esa sencillez con la que dice las cosas.
Como hace ya varios meses que lo leí, recuerdo sólo la idea. Se trataba de un muchacho que todos los días tenía que robar algo a sus compañeros de Colegio. Hartos, fueron al maestro Zen Bankey a quejarse y a pedirle lo expulsase del Colegio. El maestro escuchó atento, pero guardó silencio. El chico seguía robando. Un día ya se pusieron fuertes y exigían que lo sacasen. El maestro, muy tranquilo, les respondió: “Como ustedes son muy sabios, saben distinguir el camino de lo recto y lo torcido. Ustedes pueden irse a estudiar a cualquier otro lugar. Pero este pobre hermano, que no sabe lo que está bien y lo que está mal, sólo me tiene a mí para enseñarle, y voy a seguir enseñándole. En ese momento un torrente de lágrimas purificó el rostro del ladrón: y el deseo de robar había desaparecido”.
Todos tenemos prisas para que los otros cambien.
Todos tenemos prisas para que los otros dejen de ser malos.
Y a todos nos falta ese mínimo de comprensión con sus debilidades.
Y a todos nos falta ese mínimo de comprensión para saber darle tiempo.
Y a todos nos falta ese mínimo de bondad para que su corazón vaya reaccionando.
Fue la reacción de los trabajadores que descubrieron que en medio del trigal había también mucha cizaña. ¿Quieres que la arranquemos?
El dueño fue muy sabio. “No, que al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos”.
Arrancando a los malos podemos arrancar a un posible bueno.
Arrancando a los malos podemos arrancar a un posible santo.
Arrancando a los malos de la Iglesia, es posible que muchos que hoy nos sentimos gente buena, hace tiempo habríamos dejado la Iglesia y nos hubiésemos convertido en peores.
Me encantó la frase que un día leí. “Ustedes tienen reloj, pero yo tengo el tiempo”.
Los hombres tenemos reloj. El reloj de las prisas.
Dios no tiene reloj. Tiene todo el tiempo sin prisas.
Dios tiene todo el tiempo para seguir esperando.
Y gracias a las esperas de Dios, muchos hemos cambiado.
Y gracias a las no prisas de Dios, muchos somos hoy diferentes.
No olvidemos que Dios no pretendió una Iglesia de angelitos, sino de hombres.
Dios no pretendió una Iglesia de puro santo, sino que también los pecadores tienen sitio en ella.
Y no es que Dios nos quiera pecadores. Dios nos quiere a todos santos.
Pero sabe que el ritmo de conversión de cada uno es distinto.
Mucho tiempo esperó Jesús la conversión de los fariseos.
Y ninguno se convirtió. Y no por eso los excluyó.
El mismo tiempo dedicó y esperó a los pecadores y publicanos.
Y muchos de ellos terminaron siguiéndole.
Si al ladronzuelo del Colegio lo tiran a la calle, posiblemente seguiría robando toda su vida.
Pero con un poco de amor y de espera, las lágrimas limpiaron no solo su rostro sino también sus manos que no volvieron a robar.
Las prisas para con uno mismo son malas. Las prisas para con los demás son peores.
La bondad que espera, cambia los corazones.
Tenemos que saber ver la cizaña mezclada con el trigo.
Pero tenemos que saber esperar para arrancarla.
Tenemos que saber reconocer lo malo que hay en la Iglesia.
Pero necesitamos comprender a los malos y darles tiempo para su conversión.
El amor no tiene prisas. La incomprensión se precipita, por eso nunca llega al tiempo preciso. El amor siempre llega en el momento oportuno, el desamor siempre llega a deshora.
Es preciso querer ser trigo del bueno. Pero no alejándonos de la cizaña.
Tenemos que saber aceptar que los malos existen, pero sin alejarlos de nosotros los buenos.
Más bien, debiéramos preocuparnos de que nuestra bondad, y nuestra santidad puedan ser la gran oportunidad para que los pecadores encuentren el camino de la gracia.
Dios está acostumbrado a esperar. No lleva reloj. Tiene el tiempo.
Clemente Sobrado C.P.
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