Pérez de Cuéllar es el único diplomático vivo que se integró a nuestro ministerio de Relaciones Exteriores antes de la Segunda Guerra Mundial y quizás el único peruano que pudo ver al general De Gaulle recorriendo los Campos Elíseos el día de la capitulación alemana, el 8 de mayo de 1945.
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Es un privilegio raro alcanzar la edad de cien años, observar con satisfacción los cambios de lenta maduración en nuestro país y saberse rodeado de reconocimiento internacional y también del aprecio de sus compatriotas. Más aún, cuando se trata de un diplomático que ha cultivado el difícil ejercicio de la discreción, evitando en la medida de lo posible convertirse en factor de enconos y división. Tal es el caso de Javier Pérez de Cuéllar, quien este domingo pasará a formar parte del grupo cada vez más numeroso de centenarios peruanos.
Pérez de Cuéllar es el único diplomático vivo que se integró a nuestro ministerio de Relaciones Exteriores antes de la Segunda Guerra Mundial y quizás el único peruano que pudo ver al general De Gaulle recorriendo los Campos Elíseos el día de la capitulación alemana, el 8 de mayo de 1945. Quizás su presencia en ese momento histórico marcó a fuego la convicción que ha sido el hilo conductor de su vida: los seres humanos, organizados en Estados nacionales, tenemos que entendernos para no hacernos la guerra.
Poco después, en su calidad de joven Tercer Secretario participó en las primeras conferencias que dieron forma al sistema de Naciones Unidas. El sueño de la posguerra fue la creación de una comunidad internacional organizada para repartir los frutos de la paz, de la ciencia, los progresos en agricultura y salud, los horizontes de la cultura. Pérez de Cuéllar cumplió con excelencia y probidad los diferentes cargos que ocupó en Francia, Bolivia, Brasil y Rusia, hasta llegar a ser Secretario General de nuestra Cancillería. Su experiencia y su profesionalismo permitieron que nuestra política exterior no sufriera las consecuencias de una época hiper-ideologizada pero que al mismo tiempo fuera capaz de adaptarse al inevitable juego de las potencias.
Después de haber sufrido su propia cuota de intolerancia y mezquindad, fue elegido en 1981 Secretario General de la ONU, cargo para el que fue reelegido en 1986. Le tocó contribuir de manera eminente con el fin de la guerra fría, pero también con la solución de conflictos regionales, como en América Central y el Golfo Pérsico. Se comprometió con la democratización del régimen racista en Sudáfrica, con el envío oportuno de cascos azules, con la presencia de la ONU en zonas afectadas por desastres naturales. Cuando culminó su segundo mandato, fue nombrado presidente de la Federación Mundial de Derechos Humanos y poco después asumió la Comisión Cultura y Desarrollo de la UNESCO, que promovió el énfasis actual en la riqueza de la diversidad cultural.
Pese a su reducido gusto por la política partidaria, asumió la candidatura presidencial de las fuerzas democráticas en 1995 y el 2000 el cargo de Primer Ministro que le ofreció Valentín Paniagua. Cuando se retiró de toda actividad profesional, Javier Pérez de Cuéllar regresó al Perú, donde representa una encarnación de los valores republicanos, pero también en una conciencia lúcida de los intereses permanentes de nuestro Estado. Pasados los noventa años se convirtió en el más anciano novelista debutante, porque publicó una obra de ficción inspirada en sus recuerdos de nuestra capital durante los años veinte y treinta.
El Centro Cultural del ministerio de Relaciones Exteriores le rinde homenaje con una exposición que se inaugurará este miércoles, la Academia Diplomática del Perú lleva su nombre, en 1988 recibió el premio Nobel en nombre de las Fuerzas de Mantenimiento de la paz de la ONU. Quienes lo conocen, saben que se alegraría de ver a un peruano, al embajador Hugo de Zela, en la Secretaría General de la OEA. Y observaría con esperanza temperada por la lucidez que nuestras instituciones se perfeccionen y nuestro país permanezca fiel a su vocación democrática, social y latinoamericanista.
Feliz cumpleaños, Javier Pérez de Cuéllar
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