El dictador celebraba con entusiasmo los goles de Argentina en la final del Mundial de fútbol de 1978 en el estadio Monumental ante Holanda, a menos de mil metros de un campo de concentración.
El dictador Jorge Rafael Videla celebraba con entusiasmo los goles de Argentina en la final del Mundial de fútbol de 1978 en el estadio Monumental ante Holanda, a menos de mil metros de un campo de concentración donde las Fuerzas Armadas torturaban y mataban gente.
El gesto desencajado de su rostro ante un gol marcado por los albicelestes ha quedado grabado en las páginas más tristes de la historia del deporte más popular de su país.
A Videla le importaba un rábano el fútbol, pero en aquellos días lo utilizó para crear una imagen falsa de una presunta alegría popular por un título y dar a entender que no existían en la sociedad preocupaciones por otros asuntos.
"Los argentinos somos derechos y humanos", insistían los anuncios de la dictadura mientras que sus cabecillas, el general del Ejército Videla, el jefe de la Marina almirante Eduardo Emilio Massera y el de la Fuerza Aérea brigadier Aérea Orlando Agosti disponían quiénes tenían o no derecho a la vida.
El estadio Monumental, el principal de los seis escenarios del Mundial"78, está situado muy cerca de la Escuela de Mecánica de la Armada, el mayor centro clandestino de detención, tortura y muerte de aquellos años. A unos ocho minutos andando.
Una distancia suficiente para que el eco del grito de una multitud se escuchara con nitidez en celdas oscuras, el salas de torturas, en recintos donde parían a sus hijos mujeres detenidas y posteriormente desaparecidas.
En ese agujero de la Marina de Guerra donde se instruyó a miles de jóvenes para torturar y matar, se llevaba todo aquello a la práctica mientras la selección argentina superaba a la de Holanda por 3-1 en noventa minutos de juego más treinta de una prórroga.
Videla creyó que la puesta en escena era perfecta. Que todo había salido bien. Que se había dado un ejemplo al mundo de armonía y paz en un país que las Fuerzas Armadas estaban "reorganizando".
Le condenaron de por vida por la comisión de delitos de lesa humanidad. Le indultaron. Se reabrieron los procesos en la Justicia, fue condenado nuevamente y pasó parte de su vida en la cárcel, donde murió en un calabozo los 87 años.
Desde aquella final con Holanda disputada el 25 de junio de 1978, Videla no volvió a pisar un estadio. Le importaba un rábano el fútbol, como tampoco las vidas de 30.000 desaparecidos durante la dictadura que encabezó desde el golpe de 1976 y que terminó con otros jerarcas castrenses en 1983, cuando se recuperó la democracia.
EFE
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