A la canciller Angela Merkel no le importa admitir que no entendió que se que podía pasar de inmediato al oeste, y se fue a la sauna, como todos los jueves.
"¿Y tú, dónde estabas cuando cayó el Muro?", es la pregunta recurrente estos días en Berlín ante el aniversario del 9 de noviembre de 1989, a la que ciudadanos de a pié y políticos dan respuestas tan diversas como lo fueron sus reacciones en una noche en la que nadie sabía lo que iba a pasar al minuto siguiente.
A la canciller Angela Merkel no le importa admitir que no entendió que el comunicado leído a las 18.53 por el miembro del Politbüro, Günter Schabowksi, implicaba que podía pasar de inmediato al oeste, y se fue a la sauna, como todos los jueves.
Otros cuentan que se lanzaron sobre la Bornholmer Strasse, el primer paso fronterizo que levantó la barrera, para acabar abrazados al primer desconocido que se toparon. Y también están los que lloraron de emoción desde la lejanía.
La palabra más común, entre los que cruzaron y los que no, para definir la gran noche berlinesa es "Wahnsinn" -"la locura", en su sentido más emocional-, el entusiasmo colectivo nacido de la confusión, mientras ni los guardias fronterizos sabían si debían o no contener a quienes cruzaban al "otro lado".
Los hechos del 9 de noviembre de 1989 se desataron al responder Schabowski al periodista italiano Riccardo Ehrmann que las nuevas medidas, por las que se permitía a sus ciudadanos pasar al oeste, eran de efectos inmediatos.
Hasta ahora no se sabe si la respuesta fue o no un error, puesto que el Politbüro preveía que fuera a la mañana siguiente y de manera ordenada. El resultado, sin embargo, fue el caos con final feliz, generador de múltiples interpretaciones.
Merkel recordaba estos días en el diario "Frankfurter Rundschau" que en cuanto escuchó a Schabowski llamó a su madre para recordarle la promesa de ir a comer ostras a un lujoso hotel del sector occidental en cuanto fuera posible, tras lo cual se fue a la sauna.
No fue hasta más tarde, ante la multitud por las calles, que entendió lo que ocurría. Se lanzó hacia la Bornholmer Strasse, pasó al oeste y acabó tomándose una cerveza con desconocidos, según cuenta.
La actual canciller, entonces ciudadana del Este, se mezcló con algo de retraso con esos miles de germano-orientales que, como ella, se fueron a dar una vuelta por el oeste y luego regresaron a casa.
Más o menos lo mismo cuenta el vicepresidente del Parlamento, el socialdemócrata Wolfgang Thierse, quien recuerda que fueron muchos quienes "por prudencia y por no poner en peligro a sus familias" esperaron a los días siguientes para cruzar.
La euforia y la confusión fueron paralela a uno y otro lado. Mientras los germano-orientales tanteaban -con temor al principio, besando a los policías, después- si era verdad lo que habían oído de Schabowski, del lado occidental miles de jóvenes se subieron a lomos del Muro, a bailar y tomar cervezas, sin tenerlas todas consigo.
Al fin y al cabo, Berlín occidental era una isla en territorio de la RDA, cercada por el Muro y sus dispositivos de seguridad, recordaban tres de esos jóvenes de entonces -Alexander Breitkreuzt, Oliver Knispel y Stefan Heine-, en la revista berlinesa "Tip".
"Empezamos a tirar botellas y piedras al otro lado, a ver si era verdad que era terreno minado. No estalló nada", cuenta Breitkreuzt.
Al ciudadano teóricamente mejor informado de la República Federal de Alemania (RFA), el canciller Helmut Kohl, la gran noche le sorprendió en Varsovia. Primero reaccionó con cautela, a la mañana siguiente habló a la población del Berlín occidental.
Su antecesor, el socialdemócrata Helmut Schmidt, contaba a "Bild" que lloró ante el televisor y que al día siguiente su casa estaba ya asediada por ciudadanos del este, que se habían "acercado" hasta Hamburgo en sus Trabis -el popular coche de la RDA-.
Fue el "Wahnsinn" total, a uno y otro lado, espontáneo o prudente, en el que todos o casi todos juran haber participado. Sólo los más valientes admiten haberse metido en la cama sin celebrar.
Angela Hampl, una germano-oriental a punto de dar a luz por entonces, recuerda que esa noche hizo lo de siempre: en cuanto llegó a casa, sacó por la ventana la percha de la ropa que le servía de antena para ver la televisión occidental.
"Vi que daban lo del permiso de viajar y las imágenes de coches dirigiéndose al Muro. Me resultó incomprensible en ese momento, opté por no darle más importancia e irme a dormir", cuenta. EFE
A la canciller Angela Merkel no le importa admitir que no entendió que el comunicado leído a las 18.53 por el miembro del Politbüro, Günter Schabowksi, implicaba que podía pasar de inmediato al oeste, y se fue a la sauna, como todos los jueves.
Otros cuentan que se lanzaron sobre la Bornholmer Strasse, el primer paso fronterizo que levantó la barrera, para acabar abrazados al primer desconocido que se toparon. Y también están los que lloraron de emoción desde la lejanía.
La palabra más común, entre los que cruzaron y los que no, para definir la gran noche berlinesa es "Wahnsinn" -"la locura", en su sentido más emocional-, el entusiasmo colectivo nacido de la confusión, mientras ni los guardias fronterizos sabían si debían o no contener a quienes cruzaban al "otro lado".
Los hechos del 9 de noviembre de 1989 se desataron al responder Schabowski al periodista italiano Riccardo Ehrmann que las nuevas medidas, por las que se permitía a sus ciudadanos pasar al oeste, eran de efectos inmediatos.
Hasta ahora no se sabe si la respuesta fue o no un error, puesto que el Politbüro preveía que fuera a la mañana siguiente y de manera ordenada. El resultado, sin embargo, fue el caos con final feliz, generador de múltiples interpretaciones.
Merkel recordaba estos días en el diario "Frankfurter Rundschau" que en cuanto escuchó a Schabowski llamó a su madre para recordarle la promesa de ir a comer ostras a un lujoso hotel del sector occidental en cuanto fuera posible, tras lo cual se fue a la sauna.
No fue hasta más tarde, ante la multitud por las calles, que entendió lo que ocurría. Se lanzó hacia la Bornholmer Strasse, pasó al oeste y acabó tomándose una cerveza con desconocidos, según cuenta.
La actual canciller, entonces ciudadana del Este, se mezcló con algo de retraso con esos miles de germano-orientales que, como ella, se fueron a dar una vuelta por el oeste y luego regresaron a casa.
Más o menos lo mismo cuenta el vicepresidente del Parlamento, el socialdemócrata Wolfgang Thierse, quien recuerda que fueron muchos quienes "por prudencia y por no poner en peligro a sus familias" esperaron a los días siguientes para cruzar.
La euforia y la confusión fueron paralela a uno y otro lado. Mientras los germano-orientales tanteaban -con temor al principio, besando a los policías, después- si era verdad lo que habían oído de Schabowski, del lado occidental miles de jóvenes se subieron a lomos del Muro, a bailar y tomar cervezas, sin tenerlas todas consigo.
Al fin y al cabo, Berlín occidental era una isla en territorio de la RDA, cercada por el Muro y sus dispositivos de seguridad, recordaban tres de esos jóvenes de entonces -Alexander Breitkreuzt, Oliver Knispel y Stefan Heine-, en la revista berlinesa "Tip".
"Empezamos a tirar botellas y piedras al otro lado, a ver si era verdad que era terreno minado. No estalló nada", cuenta Breitkreuzt.
Al ciudadano teóricamente mejor informado de la República Federal de Alemania (RFA), el canciller Helmut Kohl, la gran noche le sorprendió en Varsovia. Primero reaccionó con cautela, a la mañana siguiente habló a la población del Berlín occidental.
Su antecesor, el socialdemócrata Helmut Schmidt, contaba a "Bild" que lloró ante el televisor y que al día siguiente su casa estaba ya asediada por ciudadanos del este, que se habían "acercado" hasta Hamburgo en sus Trabis -el popular coche de la RDA-.
Fue el "Wahnsinn" total, a uno y otro lado, espontáneo o prudente, en el que todos o casi todos juran haber participado. Sólo los más valientes admiten haberse metido en la cama sin celebrar.
Angela Hampl, una germano-oriental a punto de dar a luz por entonces, recuerda que esa noche hizo lo de siempre: en cuanto llegó a casa, sacó por la ventana la percha de la ropa que le servía de antena para ver la televisión occidental.
"Vi que daban lo del permiso de viajar y las imágenes de coches dirigiéndose al Muro. Me resultó incomprensible en ese momento, opté por no darle más importancia e irme a dormir", cuenta. EFE
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