Así de pequeño se ha vuelto el mundo y, ahora mismo, el encuentro final de la Champions League, entre el Manchester United y el Barcelona, se ha vuelto un partido del barrio, un duelo del que se puede hablar en cada esquina.
El virus de la gran epidemia de influenza a comienzos del siglo XX demoró cuatro años en dar la vuelta al mundo. El virus de la novísima gripe AH1N1 demoró menos de cuatro días en dar la vuelta al globo. No iba en carreta, iba en jet.
Así de pequeño se ha vuelto el mundo y, ahora mismo, el encuentro final de la Champions League, entre el Manchester United y el Barcelona, se ha vuelto un partido del barrio, un duelo del que se puede hablar en cada esquina y un evento que tendrá a buena parte de la humanidad respirando diferente en los cinco continente y comprobando, todos a una, que el fútbol es la mejor escusa para ser feliz por noventa minutos. O ser feliz por 120 minutos, que a nadie le va a incomodar un alargue de la emoción.
Decir a estas alturas quién tiene más opciones de ganar resulta acaso redundante pues son dos potencias futbolísticas capaces de liquidar de una y cerrar un encuentro. Y encima de todo, son también dos fuerzas del fútbol capaces de sobreponerse a cualquier gol en contra. Estamos, ahora sí, ante lo que Roberto Zegarra califica como “encuentro de pronóstico reservado”.
Al final eso es lo de menos. Lo importante para el goce del aficionado es en definitiva la posibilidad de ver un encuentro abierto y no una confrontación que se va cerrando conforme pasa el tiempo para colgarse de los penales. Un gol tempranero, en cualquier arco. Es todo lo que se necesita para ser un poquito más feliz todavía.
Salvo que alguna mano oscura decida torcer el destino. Es una pena terminar expresándose de esta manera, pero otro factor que ha contribuido a que miremos la Champions con la familiaridad, digamos, de una Copa Perú, es el nivel provinciano y mal intencionado de algunos arbitrajes.
Última. Hace un año en Sudáfrica, todos estábamos pendientes de Messi y Rooney. La verdad, ni la Pulga ni el Jabalí ataron o desataron. El destino los pone ahora a ambos frente a una gran oportunidad para sacarse esa espinita a punta de fútbol, entrega y goles.
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