
(Agencia AFP). La región Asia Pacífico se ahoga y tose en esta estación propicia a la contaminación del aire. Pero un rincón aislado y ventoso de la isla australiana de Tasmania respira lo que muchos consideran el aire más puro de la Tierra, y hasta sirve de referencia para medirlo.
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La península del Cabo Grim ofrece vistas espectaculares, con sus praderas salvajes y las aguas cristalinas del océano Austral. El lugar es maravilloso. Y es también una norma para los científicos.
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Desde 1976 este pedazo de tierra agreste y barrido por los vientos alberga la estación de medición de calidad del aire del Cabo Grim, una infraestructura pública australiana encargada de la tarea de envasar aire.
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"Nuestro trabajo consiste en encontrar el aire más puro del mundo y medir su tasa de contaminación", explicó a la agencia AFP Sam Cleland, el encargado de esta estación situada en lo alto de un acantilado.
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Hacia el oeste, la masa terrestre más cercana es Argentina. En dirección sur no hay nada salvo la Antártida.
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Su aislamiento convierte la estación en un lugar idóneo para recoger lo que muchos consideran el aire más puro de la Tierra, preservado de los gases de escape y otros humos contaminantes.
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Cuando llegan los vientos del suroeste, Sam Cleland y su equipo toman muestras. Utilizan para ello un sistema de tubos pulidos con láser e instrumentos de medida sumamente precisos.
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Su material es tan sensible que los trayectos de los vehículos de los transportistas que vienen de la ciudad más cercana, situada a una hora por carretera, se registran para evitar que falseen los datos recopilados.
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Mientras las ciudades más contaminadas del mundo tienen dificultades para atraer gente o atajar las enfermedades crónicas, los vecinos de la península de Cabo Grim han convertido este entorno casi impoluto en su imagen de marca.
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Para vender la carne de vacuno local, por ejemplo, se destacan los estudios científicos sobre la calidad del aire. El número creciente de parques eólicos y de turistas que vienen para respirar mejor parece confirmar que la reputación del lugar está creciendo.
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Mike Buckby, "cultivador de lluvia" en la Cape Grim Water Company, recoge y comercia el agua que cae de "los cielos más puros de la Tierra".
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"En el mundo, la mayoría del agua proviene de manantiales", explica, delante de su sistema de depósitos, lonas y esclusas instalado en una superficie equivalente a medio campo de fútbol, alejada de la costa.
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Según él, su agua con un sabor algo dulce solo contiene H2O y trazas de sal marina. "Tendrá un poco de sodio pero es muy neutra y es muy blanda", dice Mike Buckby.
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"En las aguas de manantiales, encontramos normalmente niveles elevados de magnesio, y algunos nitratos, fósforo y potasio naturales".
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A pesar de todo, el cabo no escapa totalmente a los niveles crecientes de contaminación. Cuando el viento viene del norte, es decir de Melbourne o Sídney, es posible detectar la huella química de las diferentes fábricas operativas ese día, precisa Cleland.
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La estación midió un aumento de los gases que dañan la capa de ozono procedentes de lugares tan alejados como China.
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"Constatamos que durante los últimos 2.000 años, los niveles de CO2 en particular se han mantenido en niveles más bien estables", agrega este experto.
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Los testigos extraídos por los investigadores en el hielo ártico muestran que los niveles de CO2 en la atmósfera han girado en torno a las 275 partes por millón (ppm) durante gran parte del último millón de años.
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"Cuando empezamos a medir el CO2 aquí en 1976 ya estábamos a 330 y hoy estamos a 405", constata Sam Cleland. El límite de 400 ppm se superó a principios de los años 2010, una señal de que las políticas de protección medioambiental en el mundo eran insuficientes.
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Y los niveles de dióxido de carbono detectados en el Cabo Grim son ahora similares a los de algunas ciudades a principios de la Revolución Industrial, asegura Cleland. "Lo que vemos ahora en la atmósfera -advierte- probablemente no tiene precedentes en la historia de la Tierra".
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