Tras una larga ausencia en Latinoamérica, el bailaor Joaquín Cortés presentó su espectáculo ´CALÉ´ en el Jockey Club, en el cual hace una retrospectiva a su carrera.
El reloj marcaba las 9:24 y lo que, hasta ese momento, era una noche fría y silenciosa, cambió repentinamente cuando se abrió el telón. El humo se apoderó del escenario y poco a poco se fue disipando hasta revelar la sombra del afamado bailaor, Joaquín Cortés. El espectáculo había comenzado.
Una luz azulada caía sobre la figura de un Joaquín Cortés, vestido completamente de negro, e iluminaba el escenario, el bailaor lanza una mirada hacia arriba, entrecruza sus manos como si fueran dos palomas y lentamente comienza a mover su cuerpo, sus pies. El sonido del zapateo llenaba el Jockey Club y se fue apoderando de las 7 mil almas que se congregaron en el recinto para verlo.
Acompañado de un variado grupo vocal e instrumental, el preludio de bailes profundamente flamencos, como la seguiriya y el martinete, dieron paso al zarandeo de sus bailarinas, quienes con el pecho desnudo estremecieron sus cuerpos al compás de la música.
Vestido con un jean y camisa blanca, el bailaor, volvería a escena acompañado de sus chicas, para realizar una impresionante coreografía, llena de ritmo y mucho sentimiento, que llevaban a su espectáculo “Calé” a otro nivel.
Luego de que su guitarrista deleitara con sus acordes al público, Cortés reapareció en escena envuelto, en un fondo colmado de fuego, para ofrecer lo mejor de su baile al ritmo de saxofón y cajón peruano.
“Buenas noches Perú, buenas noches Lima. Hace mucho que no venimos por estos lares, ya era hora que estuviésemos por aquí. Es un placer para nosotros estar hoy con ustedes”, dijo.
Luego continuó, “Saben, si yo volviera a nacer me gustaría hacer la misma vida que estoy llevando ahora, porque es una vida mágica, con muchas horas de trabajo, de sacrificio y esfuerzo. Somos mucha gente viajando, una gran familia y como en toda familia hay momentos buenos y difíciles, pero lo más importante es que nos subimos aquí, desnudando el cuerpo y el alma para ustedes”, afirmó Cortés a lo que el público respondió con una descarga de aplausos.
Pero, sin duda, el momento más memorable fue cuando Joaquín habló acerca de realizar su show en el “ombligo del mundo”.
“Estos días he dicho que quiero llevar mi espectáculo a Machu Picchu y lo reitero. Lo digo de verdad porque es un lugar maravilloso, es mágico e increíble y no lo digo porque sea de ustedes sino porque tengo ganas de ir allí ¿Qué dicen debería de ir o no?”, pregunta a la que todo el respetable respondió a una sola voz, “sí”.
La fiesta continuó a cargo de cantaores y cantaoras, con el sonido de cajón, guitarras, batería, violín, bajo, pero también de otros instrumentos que aportaron tonos de jazz al show, como el saxo y la trompeta.
Dejándose llevar por la magia de la música, Joaquín se animó a tocar el cajón peruano, acompañado de su marco musical, lo que propició una singular mezcla peruana-española que terminó deleitando a más de uno.
Antes de que el bailaor se entregue por completo al respetable, sus bailarinas se apoderaron, una vez más, de la tarima para hacer gala de su ritmo, y luego dar paso a un Joaquín Cortés enfundado de negro, que supo recrear una escena íntima con el espectador, en el cual la agitación de su cuerpo se conectó con las palpitaciones de los asistentes.
Minutos después Joaquín hizo un alto a la música y mirando al cielo le dedicó unas palabras a la mujer que le dio la vida y que es la razón por la cual montó el espectáculo “Calé”.
“Quiero dedicar toda mi vida y toda mi obra a la mujer más importante que he conocido en el mundo a mi madre”, dijo Cortés mientras enviaba un beso al cielo.
Fueron dos horas de un viaje a través de las emociones personales. Un espectáculo que mostró el talento y la sensibilidad del bailaor, que fueron muy bien reconocidos por el público que no dudó en despedirlo, como solo se le despide a los grandes: de pie y entre un mar de aplausos.
Nancy Condori.
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