Como en tantas otras oportunidades, los países latinoamericanos oscilan entre el salto franco a la modernidad y la atracción del retroceso hacia viejos esquemas de explicaciones simplistas y complicidades arcaicas.
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Con demasiada frecuencia el debate público en nuestro país se halla limitado a temas y personajes sin trascendencia. Los partidos de fútbol del ministro Maurate, por ejemplo o la sempiterna cantaleta de la pena de muerte para resolver los problemas de seguridad ciudadana. Por eso vale la pena destacar la celebración del duodécimo aniversario de la Alianza del Pacífico. Pese a todas sus limitaciones es un fruto de la diplomacia peruana que nació para dar un nuevo impulso a un sueño que existió desde la fundación de las naciones latinoamericanas: la integración de repúblicas hermanas. Expresa también la vieja fe en que el comercio internacional sería un factor de paz y desarrollo. Cuatro países con costas en el Océano Pacifico decidieron integrar sus economías y liberalizar el movimiento de personas y de capitales. Si el proceso continúa sin sobresaltos, dentro de pocos años las exportaciones del Perú, de México, de Colombia y de Chile no estarán sometidas a aranceles en el espacio de la Alianza, que con 230 millones de habitantes se convierte en el octavo actor económico del mundo. Costa Rica podría ser el quinto miembro y Singapur el primer país asiático a integrarse en calidad de miembro asociado. La Unión Europea comenzó como una comunidad del acero y del carbón y hoy es un espacio con moneda común en el que buena parte de las políticas públicas son decididas en el Europarlamento. Sin embargo, la celebración se ha llevado a cabo en un momento de crisis. Los viejos demonios de la ideología y el divisionismo han reaparecido tras la terca y arbitraria actitud del presidente mexicano, que ha decidido violar el Acuerdo Marco, que establece la alternancia anual de la presidencia. Como en tantas otras oportunidades, los países latinoamericanos oscilan entre el salto franco a la modernidad y la atracción del retroceso hacia viejos esquemas de explicaciones simplistas y complicidades arcaicas.
Las cosas como son
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