Madres que no descansan y luchan por llevan un pan a la boca de sus pequeños hijos, forman parte del paisaje urbano que muchos no quieren ver en estas fechas de jolgorio.
Están en todas las calles del centro histórico, sentados en las veredas, vendiendo caramelos o frutas como limas o durazno y algunas hierbas como el eucalipto o la manzanilla. Otras, directamente en la mendicidad.
Ellas cargan en sus brazos a sus hijos y se puede advertir que están en un severo grado de desnutrición porque a plena luz del día se quedan dormidos, dejando abandonados su única fuente de ingresos.
Son autóctonas del ande y llegaron a Trujillo, en la región La Libertad, supuestamente a la casa de un familiar, que nunca les abrió las puertas o se dieron cuenta que su situación era paupérrima, y se vieron obligados a quedarse en la calle hasta juntar el dinero que los lleve de regreso a Huancavelica, Huamachuco, Pasco o Huaraz.
María Huanca, de 34 años de edad, agradece a Dios que su hijita está pequeña y que a sus escasos tres años no sabe bien que es la Navidad o el Año Nuevo. Pero recibe con una tímida sonrisa cada regalo o propina que los peatones le dan. Su madre, sabe que su pequeña es el “gancho” para apelar a la sensibilidad de los trujillanos, juntar el dinero suficiente y “largarse” lo más pronto posible.
Por su carácter de “chola terca” no viajó a pasar las fiestas de fin de año con su familia en Huancavelica. “Voy aprovechar la fecha para juntar un poco más de dinero y llevar algún regalo a mis otros dos hijos”, señala, aunque eso significa quedarse unos días más en la calle, lejos del calor de hogar.
Flor Rodríguez asegura que para Navidad acostumbra matar un lechón en su tierra (Huaraz) y que no volverá a Trujillo porque la gente no le da oportunidad de trabajar. Separada, con dos hijos que mantener, la encontramos en pleno paseo peatonal, más preocupada que no le pase nada a sus hijos, que por vender su caja de frunas.
Por otro lado, Carmen Yupanqui dice que a sus cortos 16 años de edad nunca celebró la Navidad, ni mucho menos recibió un regalo de sus padres. Sabe que se celebra el nacimiento de Jesús y que las familias acostumbran a reunirse, entregar regalos, vestir y comer bien; pero estas fechas es aprovechada para intentar ganar dinero vendiendo sus limas compradas a campesinos de Otuzco.
Esta es la otra cara de las fiestas de fin de año, aquella oculta para los ojos del consumismo que pretende maquillar las miserias humanas con regalos caros y sonrisas falsas, sin percatarse de las carencias de miles de peruanos que requieren algo más que una mirada complaciente.
Por: Julio Gerson Correa Lecca.
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