Cada vez está más claro que la estrategia megalomaniaca del jefe de Perú Libre, Vladimir Cerrón, no corresponde con el interés del Perú, ni con la voluntad de supervivencia de Pedro Castillo
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¿Qué puede explicar que el jefe y fundador de Perú Libre bombardee con tuits destinados a blindar la permanencia del primer ministro Guido Bellido y a evitar que el presidente Castillo introduzca cambios que garanticen la gobernabilidad? Desde la época de los triunviratos romanos podemos discernir una constante: la naturaleza del poder conduce a ejercerlo, no a compartirlo. Si hay dos jefes, uno velará inevitablemente más por su éxito personal, el otro por realizar las tareas que le corresponden como gobernante. Impedido por razones judiciales de venir a Lima, Cerrón ha optado claramente por el control monolítico del poder en su partido, con la esperanza de que eso signifique la fidelidad absoluta de los 37 miembros de la bancada de Perú Libre.
Pero cada vez está más claro, que la estrategia megalomaniaca del jefe de Perú Libre no corresponde con el interés del Perú, ni con la voluntad de supervivencia de Pedro Castillo. La campaña para que no se nombre en vez de Bellido a un exministro de Justicia de Humala, no hace sino prolongar los tuits belicosos contra el ministro Pedro Francke. Cerrón no toma en cuenta ni el alza de precios, ni la volatilidad del dólar, ni la caída de la inversión. Mucho menos la pérdida de respaldo popular que terminará ineluctablemente por conducir a un dilema clásico de toda experiencia política minoritaria: buscar nuevos aliados o incendiar la pradera para hallar culpables fuera del partido. Castillo tiene que decidir si de verdad quiere gobernar en beneficio de los más vulnerables o instalarse en la retórica maniquea y contraproducente de Vladimir Cerrón.
Las cosas como son
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