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La otra ruta | Los vigilantes del Morro

Los vigilantes del Morro | Fuente: La otra ruta

600 deportistas se unen para mantener la limpieza y seguridad en el Morro Solar y convertir un lugar histórico en un parque para todos.  

Por: Verónica Ramírez Muro

Fotos: Morgana Vargas Llosa

Antes de que despunten las primeras luces del alba, una, dos, 20, 50, a veces 100 y otras hasta 300 personas se suben a una bicicleta en la ciudad de Lima. Todas ellas son atraídas por  el magnetismo de un cerro que es santuario, mirador, lugar histórico y circuito deportivo al mismo tiempo. Todas ellas pedalean sin mirar atrás hasta la cima sembrada de antenas de televisión y radio que comunican a toda la ciudad.

En las faldas del cerro Marcavilca o Morro Solar, llamado así por Antonio Solar, un soldado al que Francisco Pizarro nombró encomendero de Surco y Barranca en el siglo XVI, los ciclistas  se reúnen alrededor de un puesto donde se venden jugos de naranja.  Así se inicia la partida de un reto personal. Para los ciclistas este reto consiste en  alcanzar la cumbre y luego serpentear los senderos hasta la meseta. Para los corredores, poner a prueba su fortaleza y resistencia. Para los caminantes se trata de descubrir todos los secretos que encierra la antigua huaca Marcavilca. Y para todos, una oportunidad inmejorable de tener una vista de 360 grados de Lima.

Hasta hace unos años los robos y acumulación de basura impedían que estas actividades se llevaran a cabo. Muy pocos se atrevían a subir a cualquier hora. El Monumento al Soldado Desconocido en honor a los caídos en la Batalla de San Juan y Chorrillos se fue quedando sin visitantes, lo mismo esa especie de platillo volador que es el Planetario de Lima o, incluso, el polémico Cristo del Pacífico.

En marzo de 2018, un grupo de deportistas decidió unir esfuerzos para mejorar las condiciones del lugar. Ale Whilar, Diego Villarán (quien ya dirigía el proyecto Alto Perú,  enfocado en deporte de alto rendimiento y urbanismo comunitario) y Guillermo Carrillo, entre otros, recolectaron algo de dinero para mejorar los senderos y las rampas,  y limpiar de basura la zona.  Así nació Todos por el Morro (TXM), “la unión de una comunidad con objetivos como la seguridad, la limpieza y el mejoramiento de los espacios”, dice Guillermo Carrillo, uno de sus creadores.

El 5 de abril del mismo año realizaron la primera Batalla de Limpieza que, a su vez, sirvió como una terapia de integración entre los deportistas y los vecinos del Morro. En la última jornada, más de 150 personas contribuyeron a recoger la basura, sembrar algunas plantas e instalar un pequeño mirador construido con maderas recicladas que se ha convertido en un lugar de avituallamiento antes de encarar la desafiante subida.  

“Nos gusta pensar que somos guardaparques ciudadanos. Hemos visto que unidos podemos tomar algunas acciones que realmente tienen un impacto. Nadie se va a relacionar con un espacio sucio o peligroso. Además, el Morro tiene una carga de valores históricos, arqueológicos y paleontológicos. Tiene una cultura viva, una cultura deportiva, una geografía y naturaleza extraordinarias. La idea es seguir trabajando para devolverle a Lima una conexión con un espacio tan importante y cada vez más escaso”, dice Guillermo Carrillo.

Hoy, TXM está formado por un total de 600 deportistas: 400 ciclistas, 150 tablistas y 100 corredores. Y la cifra crece cada fin de semana.

Mañanas en el Morro

Alfonso Nole está en su puesto de trabajo, una caseta llamada La Karibeña, un punto estratégico de vigilancia antes de llegar a las antenas. Él mismo ha sembrado plantas alrededor de la caseta, donde hay una cama para pasar la noche y un gimnasio improvisado para mantenerse en forma. “De acá se ven los mejores atardeceres”, dice.

Alfonso, vecino del asentamiento humano San Genaro, ha conseguido un trabajo estable después de años encadenando empleos esporádicos en la construcción. “En esta misma caseta los llamados orcos se ocultaban para asaltar a los deportistas. Ahora eso ya no pasa”, dice. Además de la seguridad, también es responsable del rescate y auxilio inmediato en caso de accidentes.

Unos metros más arriba, los ciclistas llegan al Parque de las Cruces. TXM ha mejorado el suelo y sembrado plantas. Este es el punto desde donde los ciclistas se lanzan hacia los senderos sinuosos, con rampas y saltos, a velocidades inauditas hasta alcanzar la meseta. Lo hacen por turnos y en un orden espontáneo. Desde aquí se puede ver La Herradura, una playa mítica con una ola que el tablista David Ordoñez define como “un tubo clásico, una izquierda con 3 secciones principales que en sus mejores días puede alcanzar 500 metros de recorrido. Para mí, una de las mejores olas del Perú tanto por su calidad como por su ubicación. Una ola de gran belleza, para admirar y respetar”.  Como él, son muchos los tablistas afiliados a TXM que han encontrado seguridad en la playa, además de limpieza. Durante mucho tiempo toda la periferia del Morro fue un botadero espontáneo y La Herradura de madrugada sigue siendo un lugar inseguro.

Abraham Torres es otro de los encargados de vigilar el Morro, aunque ahora también es el fotógrafo oficial de los ciclistas que quieren retener sus mejores saltos. “Todo empezó como un juego. Yo cuidaba la zona y por matar el tiempo empecé a tomar fotos y me salían bonitas. Conversé con los ciclistas y ahora las cuelgo también en Instagram y Facebook. Es a lo que me dedicó ahora”, dice.

Un grupo de más 40 mujeres en bicicleta llega hasta la cima. “Salimos a pedalear todos los días y venimos al Morro dos o tres veces por semana. La pasamos bien y además es un reto físico”, dice Verónica Salmón. Ellas cuentan con un profesor que las asesora con técnicas para encarar las bajadas más empinadas y mantener el control cuando aumentan la velocidad. “Todas colaboramos,  pagamos una cuota semestral para poder ayudar a limpiar y evitar la posibilidad de que te roben. Yo muchas veces subo o bajo sola y ya no hay ningún problema”, dice Sofía Núñez.

En marzo pasado, se celebró aquí la primera fecha del Enduro Series Perú, una competencia que incluye subidas y bajadas de cerros en rutas fuera de pista. La diferencia con otro tipo de competencias que también implican grandes dosis de concentración y destreza física, como el downhill, es que en el enduro los ciclistas tienen que, necesariamente, subir pedaleando. Entre el centenar de participantes de todas las edades y categorías, muchos de los participantes, como los campeones Sebastián Alfaro o Alejandro Paz, dieron un gran espectáculo de saltos y velocidad.  Janine Costa quedó primera entre las chicas. “Hay muchas mujeres en el ciclismo, pero en enduro todavía pocas. A mí me gusta bajar rápido, tener el control, saltar y tener cada más confianza en el manejo”, dice. 

En recuerdo de una batalla…

El coronel Enrique Gargurevich, presidente del Instituto de Estudios Históricos del Ejército, recuerda la Batalla de San Juan y Chorrillos de 1881, donde perdieron la vida 6,000 soldados, entre peruanos y chilenos, en el ataque y defensa de Lima. Desde el malecón de Chorrillos señala la línea defensiva con el dedo índice. “Un ejército compuesto por no profesionales, ebanistas, doctores, etcétera, desarrollaron durante más de 10 horas una defensa heroica, una defensa muy cerrada parecida a la de Bolognesi en Arica”, relata.

Pero la existencia del Morro para los peruanos, explica, empieza muchísimo antes con un culto religioso. “El culto andino se desarrolla siempre en las partes altas y el cerro Marcavilca tuvo una gran importancia en las ceremonias, como el pago a la tierra de los antiguos peruanos”. Posteriormente, en los tiempos virreinales, el antiguo santuario se convirtió en una importante línea defensiva para alejar a los piratas y corsarios. “Hoy tenemos un monumento, un centinela vigilante y también un actor, un protagonista de un pasado glorioso preínca y de diferentes etapas del virreinato y de la República”, dice.

En el presente, el Morro cuenta con protagonistas muy distintos, como la familia Casas, que vive desde hace más de 80 años en las faldas del Morro y que todos los días a las 5 de la mañana riega las plantas sembradas por TXM. Ellos suelen darle la bienvenida a los ciclistas, quienes luego, al completar su rutina se detienen en el pequeño restaurante que han implementado.  También está el mototaxista que ofrece auxilio mecánico, el guardián reconvertido en fotógrafo, padres con hijos de paseo, profesionales de la bicicleta, novatos o familias enteras realizando caminatas.

“Inicialmente dudé de nuestra capacidad de lograr algo así, pero ahora creo que sí puede suceder, que los peruanos podemos confiar en otros peruanos sin conocerse, de que no todo está dentro de un interés personal, de que hay espacio en la vida para contar mejor esta historia”, dice Guillermo Carrillo.

Efectivamente, TXM ha logrado tejer una red para contar una nueva historia llena de complicidades. Ha unido a  vecinos y deportistas de distintos distritos bajo un esfuerzo común por proteger un espacio sagrado que, en cierta forma, lo sigue siendo. Aquí todos veneran al sol cuando se anima a salir, al océano Pacífico que se extiende hacia la inmensidad y, por supuesto, a Marcavilca, que ha dejado de sentirse amenazada por ladrones, piratas o ejércitos para convertirse en el patio de recreo de todos los limeños.

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