El Cementerio General de Miraflores de Trujillo alberga además de cuerpos sin vida, un pasado trujillano.
Mamá me contó que en la década de 1970, las paredes del Cementerio General de Miraflores de Trujillo, en la región La Libertad, lucían con manchas negras, como de aceite, y que la gente decía que eso no era otra cosa que los últimos fluidos de los enterrados entre sus panteones.
Ella se detiene frente al nicho de la abuela, sonríe porque tiene flores, reza conmigo y seguimos caminando. Mientras recorremos los pabellones, mamá me explica algo de historia, Miguel va tomando las fotos.
Han pasado años desde la última vez que vine y noto nuevos pabellones, otros han sido unidos por nichos recién construidos -pero ya ocupados-, además encuentro lugares distintos, mausoleos hermosos que antes no advertí pero que ahora mi madre y mi amigo describen.
Si bien este es un sitio de reposo para quienes ya no están, el cementerio no puede ocultar las historias de terror que alberga, como la del hacendado que –según dicen- vendió su alma al diablo a cambio de riquezas; y la de esa cruz enorme en donde están los nombres de las personas que murieron cuando se incendió el teatro.
El cementerio es místico y misterioso. Recorrer el pabellón de niños conmueve de una manera indescriptible, hay criptas cerradas y sin nombres, rosas resecas por el tiempo, sombras que se mueven con el viento, algunas paredes resquebrajadas, lápidas quemadas y otras que albergan los restos de quienes dieron nombre a las calles de Trujillo.
Las costumbres locales se ven en cada epitafio, escultura y diseño. Hay de todo, desde una réplica del fallecido, globos de colores, carteles que indican que algunos muertos han sido mudados a otros pabellones, piedras escritas a manera de lápidas y hasta ¡un fulbito de mano entre pabellones!
Camino y la tarde oscurece, Miguel y yo tratamos de capturar las últimas luces entre mausoleos, mientras que mamá dice que ya se siente frío y que es hora de irnos. Avanzamos hacia la salida y veo que aquellas manchas de las que hablaba mamá, aún están ahí, marcando un pasado y contando misterios a quienes visiten el cementerio. Creo entonces que este ya no es lugar para muertos, sino un centro de historias vivas.
Por: Mariadhela Aguilar Minchón
Lea más noticias de la región La Libertad.
Comparte esta noticia