Una milagrosa imagen que reposa a más de 2 mil 600 m.s.n.m. reúne cada mes de diciembre miles de peregrinos, que llenos de fe y esperanza agradecen o suplican por un milagro a la madre de Cristo.
Con los pies cansados pero con el corazón rebozando de emoción, los peregrinos van llegando paso a paso para su encuentro con la “Mamita”, aquella imagen de mirada tierna que ofrece prodigar la paz que tanto necesita esta convulsionada sociedad.
Son miles los fieles que recorren los 75 kilómetros que une Trujillo con la provincia andina de Otuzco, en la región La Libertad, para renovar la fe en la sagrada imagen de la inmaculada Virgen de la Puerta.
Hay peregrinos que caminan descalzos con el rosario en mano, o cargando una réplica de la venerada imagen; madres que oran por la salud de sus hijos o fieles que con lágrimas en los ojos suplican curar sus males.
Las historias que se encuentran en el camino son sorprendentes. Empresarios que agradecen la prosperidad entregando agua, jugo de naranja y mensajes de fe, a los que intentan abandonar la difícil travesía. Otros han caminado durante los últimos 10, 15 o 20 años para estas fechas y siempre con la misma emoción de estar a los pies de la virgen cada mes de diciembre.
Lo más sorprendente es ver mujeres embarazadas y niños que apenas han aprendido a caminar. “Voy a entregar a la virgen a mi hijo”, nos relatan sus jóvenes padres.
En la ruta se observa también a hombres y mujeres enfermos, así como ancianos que a paso lento suben la cuesta. Su condición les obliga a salir con dos o tres días de anticipación. Ellos intentan llegar por sus propios medios el día central: el 15 de diciembre.
En la ciudad de Otuzco, bandas de músicos, gitanos y negritos reciben a los devotos en la Plaza de Armas. Llegar a la iglesia se convierte en una nueva hazaña por sortear miles de fieles, velas, danzantes, ambulantes y peregrinos que se quedan dormidos por el cansancio.
"Una vez en el templo y frente a la “mamita”, el solo hecho de verla, tocarla y elevar una plegaria frente a su dulce rostro, nos llena de tanta felicidad que los presentes sentimos que valió la pena el sacrificio", manifiesta un peregrino.
Sin duda, una mirada de la madre de Cristo, es el mejor bálsamo para aliviar el más álgido de los males del cuerpo y el alma.
Por: Julio Gerson Correa Lecca
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