Para llegar al balneario Las Delicias, se esquivan los vehículos y el transporte pesado, pues se toma el camino del puente Santa Rosa.
Domingo 7:30 de la mañana. Estoy en pie, vestida deportivamente, la Plaza de Armas de Trujillo luce imponente como siempre. Hace frío, las calles apenas despiertan y un grupo de jóvenes, con los ojos tan abiertos como los míos, conversan sobre la ruta y las citas que dejaron la noche del sábado por asistir hoy, por irnos a la playa en pleno invierno y haciendo uso de nuestras piernas. Hoy manejamos bicicleta.
Iremos alrededor de 15 kilómetros al sur de la ciudad, al balneario Las Delicias, en Moche. Esquivaremos los vehículos y transporte pesado porque tomaremos el camino del puente Santa Rosa. El líder nos avisa y empezamos. Hace frío, tengo sueño, pero esta era una autoasignación pendiente, así que valdrá la pena.
Creo que la bicicleta que monto no es tan grande, pero igual servirá. Con esta llegué a Huanchaco, a 13.5 kilómetros, lidiando con el viento y lo difícil. Pero el cansancio fue nada cuando sentí la brisa en mi rostro, a pocos metros de la playa. Eso es lo que realmente conforta.
La ruta que tomamos para ir a Las Delicias es alterna a la habitual que suele ser la carretera Panamericana Norte. Lo primero es salir de la zona urbana, sorteando los microbuses, combis y taxis que no son muchos por ser domingo.
Manejo. Poco a poco dejo de sentir frío y recuerdo que no me gustan los deportes, pero cuando era niña hice una excepción con la bicicleta. Sonrío porque realmente no me gustan los deportes, pero a los 14 años despertaba antes del amanecer para buscar a mis amigas y manejar bicicleta hasta las playas más cercanas a nuestras casas, allá en Nuevo Chimbote.
Y ahora estoy aquí, avanzando y empezando a notar que realmente no conozco este camino y mucho menos cuando cruzamos trochas y la avenida Industrial para llegar al puente Santa Rosa. “¿Cuánto faltará para llegar a Las Delicias?”, pienso.
Continúo. El aire por esta zona es distinto, es fresco, hay árboles y el paisaje cambia. Avanzamos y veo que este camino conduce a las Huacas de Moche. Seguimos. Ahora la pista cambia por adoquines, las chacras, las casas de adobe a un costado de la vía, el olor de las cocinas de leña y los perros me distraen un poco del cansancio.
El líder nos guía hacia la carretera Panamericana Norte. Hemos llegado a Moche. Cruzar esa carretera es regresar de golpe a la realidad y ver los peligros a los que estamos expuestos los ciclistas. Desde que pertenezco a este grupo, he tomado conciencia del riesgo de ir por avenidas sin ciclovías, de no usar casco y, lo peor de todo, de conducir contra la falta de una cultura vial para el ciclista. Avanzamos.
Moche es un pueblo hermoso, acogedor y sus calles emanan tradición por donde se las mire. Igual, solo estamos de paso y a pocos metros de la playa. El recuerdo que tengo de Las Delicias es de cuando muy niña, venía a pasear con mis tías, la arena caliente, el sol, las carpitas de tela a rayas y el verano.
Hemos llegado. Lejos del recuerdo, lo que veo ahora son construcciones, departamentos en venta, casas bonitas, un enrocado que endurece el paisaje y pelícanos muertos en la orilla. Lo lamento. Pero aun así creo que el esfuerzo valió la pena, que sentir ese dolor en las piernas no se compara con el paseo. Con esto que significa manejar la bicicleta ya fuera de la ciudad y abrazando la libertad de otra manera.
Por: Mariadhela Aguilar Minchón
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