La ministra recordó que no existe “ningún manual” sobre cómo gestionar la Economía cuando un virus obliga a inmovilizar a la población, lo que conduce inevitablemente a la quiebra de empresas y la imposibilidad de trabajo para millones de independientes.
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La ministra de Economía asistió ayer a la segunda jornada parlamentaria dedicada a su interpelación. María Antonieta Alva escuchó las observaciones, las críticas y hasta las diatribas contra su gestión de la economía durante los últimos seis meses bajo pandemia. Algunos congresistas, como Cecilia García, de PODEMOS, parecían ignorar que los graves problemas económicos que tenemos son fruto de la pandemia y no de una supuesta indiferencia neoliberal que le atribuye a María Antonieta Alva. Dando muestras de serenidad, la ministra reiteró su solidaridad con las victimas del COVID y reconoció las limitaciones de las políticas implementadas, que no han podido evitar el desempleo, el empobrecimiento y la deserción escolar. La ministra recordó que no existe “ningún manual” sobre cómo gestionar la Economía cuando un virus obliga a inmovilizar a la población, lo que conduce inevitablemente a la quiebra de empresas y la imposibilidad de trabajo para millones de independientes. La ministra rindió homenaje a los trabajadores del sector agrícola, que ha mejorado su rendimiento en relación al año pasado. Alva anunció medidas para ampliar y simplificar la bancarización y así asegurar “la inclusión financiera”. Después de su respuesta a los congresistas, se dio por terminada la interpelación y el Congreso reanudó su sesión temática dedicada a la situación de la mujer en el Perú. Si bien UPP busca firmas para una moción de censura, parece dudoso que alcance el número de votos necesarios. Algunos historiadores han aprovechado para recordar que el último ministro de Economía censurado fue José María Quimper, en plena guerra con Chile. Quimper, fundador del Partido Liberal, fue objeto de malos tratos en el Congreso, que le reprochaba sus decisiones en materia de impuestos.
El Comercio publica un artículo del destacado ensayista y periodista norteamericano Roger Cohen, columnista del New York Times. Cohen cuenta haber contraído el virus después de una estricta cuarentena en su país, cuando viajó a hacer reportajes en Europa y entró a un bar parisino para mirar un partido de fútbol: “Si el fútbol o la vida es más importante, es una pregunta abierta para mí”, confiesa Cohen. Evocando el auge durante los años veinte del fascismo, nazismo y bolchevismo, Cohen afirma que el “nacionalismo fue una pestilencia que envenenó la flor de la cultura europea”. Y concluye: “Mi presidente, Donald Trump, es un narcisista orgulloso. Abraza su mitología de violencia mientras coquetea con el cataclismo. El virus es mortalmente serio pero Trump solo juega”.
Teniendo en la mente las graves dificultades económicas y sanitarias, podemos recordar con entusiasmo que hoy conmemoramos 200 años desde que el general San Martín pisó suelo peruano, a la cabeza de un ejército entrenado por él y respaldado por una pequeña flota liderada por el almirante británico Thomas Cochrane. San Martín había participado en batallas en Argentina y Chile y años antes luchó como oficial del ejército español que resistió a la invasión de Napoleón Bonaparte. San Martín no conocía el país en que desembarcó y sabía que el poder militar español era superior al de otras partes de América. Pero supo escuchar a los peruanos que desembarcaron con él, como Andrés Reyes, Francisco Vidal y Cayetano Requena. Durante diez meses organizó la rebelión independentista antes de entrar a Lima en julio de 1821. No quiso ser jefe ni presidente, sino Protector del Perú. Creó instituciones políticas como el Congreso y los primeros ministerios, culturales como la Biblioteca Nacional, educativas como la Escuela Normal y simbólicas como la Orden del Sol. En julio de 1822 concluyó que lo mejor que podía hacer era dejar el poder, para que viniera Bolívar a culminar lo que él había comenzado. No tenemos en nuestra historia mejor ejemplo de desprendimiento.
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