Qué lindo sería cambiar la realidad modificando una ley. Si así de fácil fuera todo, esa realidad sería mucho mejor si cambiáramos la ley. ¡Y sería muchísimo mejor si cambiamos la Constitución! El único problema es que, nosotros en el Perú, ya hemos recorrido ese camino muchas veces y sin cambiar de manera sustancial la realidad.
Hoy, ciertos sectores, las izquierdas y las centroizquierdas mentirosas, como Juntos Por el Perú, Somos Perú y hasta el Partido Morado, proclaman la “necesidad” de cambiar la Constitución porque —según ellos— la constitución del 93 no nos representa. Mientras tanto, los sectores de la derecha empresarial, la firme y la fujimorista salen a “defender” la integridad de la Carta Magna porque —según ellas— gracias a la Constitución del 93, el Perú ha disfrutado de un crecimiento económico sin igual durante las últimas tres décadas. La verdad no es ni una ni la otra.
La Constitución actual, la décimosegunda en 200 años de historia republicana, tiene —como todas las anteriores— luces y sombras. Pero ni es la fuente de todos nuestros males, ni tampoco es la razón fundamental del crecimiento económico experimentado durante los últimos 30 años.
El argumento de la izquierda —acerca de su origen espurio por haber sido impulsada por el gobierno de Fujimori— es engañoso: si así fuera, si la Constitución actual no fuera legitima, entonces habría que desconocer todos y cada uno de los actos, decisiones y leyes dadas bajo su amparo. Es decir, un verdadero despropósito. La verdad es que —nos guste o no nos guste— la Constitución del 93 fue hecha en el marco de una Asamblea Constituyente y ratificada mayoritariamente en un referéndum.
De igual manera, el argumento de los fujimoristas y afines en el sentido de que la Constitución del 93 es garantía de crecimiento y desarrollo económico se cae por el peso abrumador de la realidad actual: un país sumido en el desempleo y empleo informal, con enormes brechas de infraestructura física y humana, con extremos de pobreza y riqueza que no se condicen con una sociedad democrática ni con una verdadera economía social de mercado. En suma, un país desigual donde los pocos tienen todo y los muchos no tienen siquiera lo suficiente para vivir con dignidad.
La verdad es que la Constitución es finalmente un marco de acción, un conjunto de reglas que pueden y a veces deben ser mejoradas. Para ello existen mecanismos de cambio perfectamente bien establecidos.
En suma, los terribles problemas económicos y sanitarios que el Perú afronta no pasan por cambiar o no cambiar la Constitución, pasan por la voluntad política y la sensibilidad social de gobernar, primero, a favor de los millones de peruanos más necesitados. Si un edificio de 50 pisos se derrumba sorpresivamente lo primero que debemos hacer es rescatar a las víctimas no ponernos a evaluar los planos.
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