La legislatura concluyó sin que el Parlamento fuera capaz de forjar consensos en torno a reformas. La Mesa Directiva que se elige mañana asume un Congreso con altísima desaprobación.
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La legislatura terminó ayer sin haber podido contribuir con ninguno de los tres grandes desafíos de nuestro país: enfrentar en común la lucha contra la corrupción, reformar nuestras instituciones políticas y judiciales, crear un clima de confianza que favorezca la inversión y dinamice nuestra economía. Es todo un símbolo la manera churrigueresca como se adoptó la reforma constitucional a propósito de un tema que es el que más indignación popular genera: el mal uso de la inmunidad de los congresistas. El caso Donayre permanecerá en los anales de la ignominia, agravando el repudio que amplios sectores de la población manifiestan hacia el Congreso. ¿Por qué, en efecto, Edwin Donayre no está en la cárcel, tal como lo están los otros condenados de la misma causa? El gobierno propuso que la inmunidad sea levantada por la Corte Suprema, pero el texto elaborado por la mayoría fujimorista no obtuvo inicialmente los 87 votos requeridos para modificar la constitución y tuvo que votarse a última hora una nueva versión.
A lo largo de la legislatura hemos visto muy pocas iniciativas que no formaran parte del enfrentamiento entre bloques agudizados por la elección del 2016, cuando Keiko Fujimori perdió de manera inesperada por un estrecho margen. No hemos visto líderes capaces de sobrepasar sus intereses partidarios y obrar por una agenda responsable de cambio. Al contrario, muchas de las decisiones se han tomado pensando en intereses subalternos, con frecuencia relativos a la situación judicial de congresistas y de sus líderes. Los enfrentamientos los hemos visto hasta minutos antes de la presentación de las listas que mañana se disputarán el control de la Mesa Directiva, bajo el liderazgo de Daniel Salaverry y Pedro Olaechea. La legislatura prolongada que concluyó ayer estuvo marcada además por la ruptura de Daniel Salaverry con su bancada de origen, la fujimorista. Su caso es el más emblemático de la fragmentación que ha llevado a que el Congreso pase de contar con seis bancadas al doble. En esas condiciones llegamos a las elecciones del sábado, víspera de nuestra Fiesta Nacional.
Lo grave de este irresponsable juego político es que se produce mientras que la Fiscalía y el Poder Judicial se esfuerzan para procesar con rigor a todos los implicados en el más grave caso de corrupción de nuestra historia reciente. Tres expresidentes detenidos, uno suicidado y otro con graves acusaciones deberían dar motivo a un comportamiento ejemplar de parte de quienes se presentan ante el voto popular. La corrupción ha perturbado también la confianza en las empresas, como lo vemos en el caso de los concesionarios de vías con peajes en nuestra capital. Los arbitrajes internacionales terminarán por darnos una medida de nuestras falencias, de la misma manera que dependemos de la Justicia de España y Estados Unidos.
Para terminar con un tema festivo, vale la pena destacar la exposición “Nosotros, robots”, inaugurada en el Espacio de la Fundación Telefónica. El atractivo y el valor histórico de las numerosas piezas exhibidas sirven para refutar el uso perverso de la inteligencia que se expresa en la corrupción, en los montajes financieros fraguados, en razonamientos jurídicos al servicio de la mentira y en grandes obras de ingeniería utilizadas para desviar dinero de los pobres. Ingeniería viene de ingenio, la capacidad humana de inventar para mejorar nuestras condiciones de vida. La exposición rinde homenaje a una idea del filósofo José Ortega y Gasset: “La técnica es el esfuerzo por ahorrar esfuerzos”. Ojalá que los niños que visiten la exposición “Nosotros, robots” puedan liberarse del triste espectáculo de nuestra clase política y soñar con un país en el que se recompense el talento y se castigue el delito.
Las cosas como son
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