Pese a lamentables manifestaciones de desacato e indisciplina, la gran mayoría de los peruanos hemos aceptado el sacrificio de una parte de nuestras libertades porque no teníamos alternativa ante el avance del coronavirus.
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Si todo va bien, mañana entraremos al penúltimo fin de semana de cuarentena. Pese a lamentables manifestaciones de desacato e indisciplina, la gran mayoría de los peruanos hemos aceptado el sacrificio de una parte de nuestras libertades porque no teníamos alternativa ante el avance del coronavirus. Al hacerlo, hemos adherido a la idea de que por grave que sea la crisis económica, uno puede recuperarse del desempleo y la ruina, pero nadie se recupera de la muerte. Cuando haya pasado el tiempo, todos recordaremos este período y se lo contaremos a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos. Más vale desde ya que podamos hacerlo con orgullo no solo por haber contribuido de alguna manera a la derrota de la pandemia, sino también por el ejercicio de la capacidad humana de aprender alguna lección aún en las circunstancias más adversas. En este caso se trata de lecciones sobre nosotros mismos, sobre nuestro núcleo familiar, sobre el estado de nuestros vínculos más íntimos.
Algunos centros de investigación han publicado estudios sobre la multiplicación de conflictos conyugales y divorcios ligados a una convivencia forzada y prolongada. Otros destacan los daños emocionales producidos por la falta de actividad y la incapacidad de aportar dinero al hogar. Cuando entremos a la nueva normalidad, podremos medir el impacto del encerramiento sobre la vida amorosa de los jóvenes. La edad de las fiestas, los encuentros y los enamoramientos se habrá visto severamente interferida por el aislamiento social, la desconfianza y el miedo. La cuarentena habrá sido también un desafío sobre nuestra actitud hacia los ancianos, particularmente vulnerables ante el virus y por eso obligados a privarse de las más simples satisfacciones: ver a los parientes, pasear, recibir afecto y respeto de quienes reconocen las dificultades superadas para llegar a una edad venerable.
El Papa Francisco participó ayer en una jornada mundial de oración junto a líderes de otras confesiones religiosas. Aludiendo a la súbita aparición de la pandemia, el jefe de la Iglesia Católica afirmó: “Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”. Junto a otros dirigentes religiosos como el gran Imam de la mezquita Al Azahar de El Cairo, Ahmed Al Tayyeb, el texto de la oración invoca la ayuda divina para “superar la pandemia, restituir la seguridad, la estabilidad, la salud y la prosperidad, y hacer que nuestro mundo, una vez eliminada esta pandemia, sea más humano y más fraterno”.
Mientras tanto, médicos, políticos, congresistas y funcionarios han tenido ayer una jornada intensa en busca de propuestas y planes que puedan encarnar la unión. No es hora de acentuar lo que nos diferencia, entre regiones, entre oficios, entre sensibilidades políticas. Todos podemos ponernos de acuerdo sobre los lineamientos de una reforma del sistema de pensiones, del transporte público en nuestras ciudades, de los servicios hospitalarios y la regionalización. La pandemia, como viene diciéndose, ha desnudado nuestras carencias acumuladas a lo largo de décadas. Hoy en Ampliación de Noticias escuchamos al presidente del Congreso y a la presidenta de la Autoridad Autónoma del Transporte Urbano, ATU.
Y para sobrellevar con provecho el encerramiento del fin de semana, disponemos de una amplia oferta digital de teatro, música, foros y conferencias, tanto nacionales como internacionales. Para terminar por donde comenzamos, una buena posibilidad es entrar al sitio digital del Centro Cultural de la Universidad Católica y escuchar el Café Cultural en Casa sobre El amor en tiempos de la pandemia. El escritor Gustavo Rodríguez, el historiador Jorge Lossio y nuestra colega Regina Alcóver tienen la palabra.
Las cosas como son
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