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Cinco preguntas sobre la hipertensión ocular y la importancia de detectarla a tiempo

Aunque hipertensión ocular y glaucoma no son sinónimos, experimentar la primera aumenta el riesgo de padecer la segunda.
Aunque hipertensión ocular y glaucoma no son sinónimos, experimentar la primera aumenta el riesgo de padecer la segunda. | Fuente: Foto de nrd en Unsplash

La hipertensión ocular es actualmente el principal factor de riesgo de sufrir glaucoma, que a su vez constituye la primera causa de ceguera irreversible en los países desarrollados.

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La hipertensión ocular es actualmente el principal factor de riesgo de sufrir glaucoma, que a su vez constituye la primera causa de ceguera irreversible en los países desarrollados. Por eso es básico hacer controles periódicos y comprobar que la presión intraocular se encuentra dentro de los límites normales. Esas revisiones son más importantes si cabe teniendo en cuenta que la hipertensión ocular no produce síntomas en la mayoría de los casos.

1. ¿Qué es la hipertensión ocular?

La parte anterior del ojo está rellena de un líquido denominado humor acuoso, que se produce y evacua constantemente. Cuando existe una dificultad para eliminarlo a través de las estructuras de drenaje, la presión intraocular aumenta y aparece la hipertensión. El problema estriba en que ese exceso de humor acuoso puede deteriorar las fibras nerviosas del nervio óptico y, en consecuencia, la visión.

Aproximadamente, el 95 % de las personas sanas tienen presiones intraoculares de entre 12 y 21 milímetros de mercurio (mmHg), por lo que un registro mayor de 21 mmHg debe hacer saltar las alarmas.

2. ¿Es lo mismo tener la presión alta que tener glaucoma?

No, la hipertensión es solo un factor de riesgo. Se estima que dicho riesgo aumenta en un 10 % por cada milímetro de mercurio que se incrementa la presión. Únicamente nos enfrentamos a un glaucoma cuando aparecen defectos típicos en el nervio óptico o en el campo visual. Este daño es progresivo y, si no se controla la presión intraocular, puede llevar a la pérdida completa de la vista.

3. ¿Todos los pacientes con hipertensión ocular terminan padeciendo glaucoma?

No. Como ya se ha comentado, es el factor de riesgo más importante y el único modificable, pero además existen otra serie de condicionantes que incrementan las probabilidades de que un paciente incluso con presiones no muy altas pueda desarrollar la dolencia.

4. ¿Cuales son los otros factores de riesgo?

  • En primer lugar, la edad, que suscita un consenso casi total entre los expertos. El Estudio sobre Tratamiento de la Hipertensión Ocular (OHTS, por sus siglas en inglés) mostró en 2002 que es uno de los principales factores a tener en cuenta en la conversión de hipertensión ocular a glaucoma. Después, otros trabajos corroboraron su influencia. Por esta razón se recomienda controlar la presión intraocular sobre todo a partir de los 40 años.

  • Poseer una córnea delgada también aumenta las probabilidades de padecer la enfermedad. A la hora de valorar el riesgo de conversión de hipertensión a glaucoma siempre hay que medir el grosor de esa capa transparente que cubre la parte delantera del ojo.

  • El origen étnico es otro de los elementos diferenciadores: la prevalencia de glaucoma es mayor entre las personas negras. Una serie de condicionantes podrían explicar en parte este fenómeno, como el hecho de que, estadísticamente, ese grupo de población presente presiones intraoculares más elevadas, córneas más finas y mayores excavaciones en el nervio óptico.

  • El llamado estudio Rotterdam encontró que la existencia de antecedentes familiares multiplicaba por nueve el riesgo.

  • Dentro de los defectos refractivos, una miopía elevada debe ponernos en guardia: cuanto más alta sea, mayores probabilidades de sufrir glaucoma.

  • Por último, las alteraciones de la presión arterial (sobre todo, la hipotensión), la diabetes mellitus, el colesterol elevado, el tabaquismo y algunos trastornos respiratorios como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica y la apnea del sueño también incrementan el riesgo.

5. ¿Qué se puede hacer para disminuir el riesgo de desarrollar glaucoma?

Como se ha comentado, el único factor modificable es bajar la presión intraocular cuando está demasiado alta. Para conseguirlo, básicamente hay tres opciones: las gotas, el láser y la cirugía.

En la mayoría de los casos, el tratamiento inicial son las gotas, que hacen descender la presión disminuyendo la producción de humor acuoso o promoviendo su eliminación. Fármacos con distintos mecanismos se pueden combinar para conseguir un mayor efecto.

Como alternativa existe una terapia con láser denominada trabeculoplastia selectiva, que tiene la ventaja de no depender del cumplimiento del paciente. La trabeculoplastia elimina el exceso de pigmento en las estructuras de drenaje del humor acuoso, facilitando su evacuación. Puede utilizarse también cuando no se alcanzan los niveles de presión requeridos con el tratamiento farmacológico.

En los casos en los que las gotas o el láser no basten, existe la opción de la cirugía. Hay distintas modalidades, algunas con un mejor perfil de seguridad como las mínimamente invasivas o mínimamente penetrantes, que emplean pequeños dispositivos de drenaje. Las intervenciones convencionales son más eficaces, pero también presentan una mayor tasa de complicaciones.

En resumen, aunque hipertensión ocular y glaucoma no son sinónimos, experimentar la primera aumenta el riesgo de padecer la segunda. Al tratarse de una afección asintomática en la mayoría de los casos, es fundamental acudir al oftalmólogo de forma periódica para controlar la presión intraocular y examinar el aspecto del nervio óptico. Y más aún si se presentan alguno de los otros factores de riesgo comentados anteriormente.

En menores de 40 años podría bastar una exploración cada dos o tres años si todo está normal, pero a partir de esa edad conviene repetirlas cada dos años. En caso de tener otros factores de riesgo, como antecedentes familiares de primer grado (padres o hermanos) con glaucoma, las revisiones deberían ser anuales.The Conversation

José María Martínez de la Casa, Catedrático de Oftalmología de la Universidad Complutense, Universidad Complutense de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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