Antes de la pandemia, el transporte público representaba el 40% de los viajes diarios en las ciudades de Latinoamérica; sin embargo, este experimentó una gran reducción en su demanda debido a la Covid-19 y, con ello, se impulsó la “movilidad activa”.
De acuerdo con ONU Hábitat, las ciudades han estado en el epicentro de la pandemia de COVID-19 y el 95% de los casos se han registrado en zonas urbanas. Las medidas que se han tomado para contrarrestar los impactos de esta crisis sanitaria han cambiado la forma en que llevamos a cabo actividades de la vida cotidiana como trabajar, estudiar, la frecuencia en que nos abastecemos y también cómo nos movemos.
Por ejemplo, según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), durante la pandemia, los patrones de movilidad cambiaron, causando una reducción en el uso de transporte público debido a la pérdida de confianza de los usuarios. Asimismo, otras alternativas de transporte individuales como la bicicleta se consolidaron como los más seguros para la ciudadanía.
De esta manera, la pandemia nos va dejando lecciones para lograr cambios positivos y duraderos para nuestras ciudades, mostrándonos que existen otras formas de movernos además del automóvil y que necesitamos una infraestructura adecuada para esta nueva normalidad.
¿Cómo nos movemos en las ciudades?
Según el Banco Interamericano de Desarrollo, como consecuencia del confinamiento y el cambio de hábitos en los usuarios, el transporte público, que antes de la pandemia representaba el 40% de los viajes diarios en las ciudades de la región, experimentó una gran reducción en su demanda. Esto se debería al temor de contagiarse en este tipo de transporte, donde muchas de sus unidades llevaban una gran cantidad de personas en espacios reducidos y con ventilación limitada.
Asimismo, en su informe “Convivir con el Coronavirus”, también señala que no hay evidencia científica de que mientras exista una estricta implementación de protocolos sanitarios, el transporte público sea un foco de contagio mayor que los restaurantes o las oficinas. No obstante, cabe destacar que la presencia de transporte informal en América Latina y el Caribe dificulta la puesta en práctica de estas medidas obligatorias, colocando en riesgo a gran parte de la población.
Por ello, actualmente se promueven aquellas formas de transporte como caminar o montar bicicleta, lo que se denomina “movilidad activa”. Esta iniciativa resulta eficaz para contrarrestar aspectos negativos del parque automotor en Latinoamérica, que se caracteriza por las altas tasas de congestión, la contaminación del aire y el ruido.
Además, teniendo en cuenta que el sedentarismo es el cuarto factor de riesgo de mortalidad a nivel global, la movilidad activa tiene un impacto positivo para la salud pública.
¿Por dónde nos movemos?
Las ciudades están repensando sus sistemas de transporte y están haciendo cambios de acuerdo a las nuevas necesidades de la ciudadanía como, por ejemplo, que las personas puedan moverse manteniendo la distancia física.
El creciente uso de transporte no motorizado y los desplazamientos a pie hacen que sea urgente adaptar las calles y el espacio vial de los automóviles para brindar más espacio a las bicicletas y a las personas, para que se muevan de forma segura, sin riesgos a accidentes de tránsito y respetando las reglas de distanciamiento físico.
Asimismo, la pandemia también ha reforzado la idea de crear “ciudades policéntricas”. Es decir, un concepto de ciudad donde los habitantes pueden encontrar todo lo que necesitan a máximo 15 minutos a pie de donde viven. Con esto no solo se lograría contrarrestar los contagios, sino que se haría posible la descongestión del transporte masivo, la reducción de la contaminación y la posibilidad de optar por formas de transporte más activas.
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