La dolorosa derrota contra Australia probablemente pone fin a un ciclo de logros futbolísticos. Durante los 7 años de Ricardo Gareca como director técnico, nuestra selección alcanzó objetivos que parecían imposibles. La clasificación al mundial de Rusia luego de 36 años de ausencia, y el subcampeonato de la Copa América, después de 44 años sin llegar a una final, denotan un trabajo serio, riguroso, estructurado y profesional.
Sin embargo, todo lo alcanzado por el profesor Gareca y su equipo no se ha traducido en una mejora estructural de nuestro balompié. Los dirigentes y los clubes no aprovecharon las enseñanzas del estratega argentino en prácticamente ningún aspecto. Por ejemplo, los equipos peruanos en la Copa Libertadores han tenido un papel lamentable. En la última edición se perdieron 13 partidos, se empataron 3 y no se ganó ninguno, con un saldo de 7 goles anotados y 30 recibidos, el peor desempeño de la competición. Lo mismo se puede decir del trabajo de menores y juveniles, que no lograron clasificar a ningún torneo relevante. En los Juegos Panamericanos de Lima 2019, el equipo quedó eliminado en primera ronda, ocupando el último lugar de su grupo. La selección mayor era una isla de planificación rodeada de un mar de improvisación.
En abril del año 2022 durante una conferencia de prensa, Gareca dio un llamado de atención sobre la situación general del deporte peruano. Señaló que “el jugador peruano no tiene formación alguna”. Para Gareca el Perú no ofrece formación, ni infraestructura, ni interés que permitan un desarrollo profesional, altamente competitivo. Esta situación hace que los logros deportivos dependan de hazañas cuasi heroicas y no se sostengan ni evolucionen con el tiempo.
Esta penosa realidad no es exclusiva del fútbol. En el caso del vóley, nuestro país logró tener una selección femenil altamente exitosa, que alcanzó la medalla de plata en las olimpiadas de Seúl y varios campeonatos sudamericanos. No obstante, todo el trabajo, el sacrificio no fue institucionalizado y por ende no se mantuvo en el mediano y largo plazo.
Otros países que estaban en una situación similar han avanzado a pasos agigantados. Durante las olimpiadas de Barcelona 92, Colombia obtuvo solamente una medalla de bronce, mientras que Perú ganó una de plata. A partir de ahí el gobierno colombiano impulsó una política nacional del deporte y los logros están a la vista; en las seis últimas ediciones de los juegos olímpicos Colombia ha ganado 5 medallas de oro, 11 de plata y 28 de bronce, mientras que en el citado lapso Perú no logró ni una sola medalla. Otro caso es Cuba, una isla caribeña de 11 millones de habitantes, pero con una política deportiva con la que han conseguido 84 medallas de oro, 69 de plata y 82 de bronce en toda su historia.
A manera de conclusión, ¿Qué hacer para revertir esta situación? Dos aspectos son clave. Lo primero es profesionalizar a todos los organismos del Estado peruano que estén vinculadas con el desarrollo deportivo, como es el caso del Instituto Peruano del Deporte. Estas instituciones ya no deben ser premio consuelo para políticos de segundo nivel. Por el contrario, deben ser lideradas, mediante concurso público, por profesionales altamente capacitados que conozcan la realidad de las diferentes disciplinas. En este aspecto es muy importante dejarlos trabajar y no cambiar todo cuando lleguen las derrotas, ya que los procesos toman tiempo. Segundo, ahora sí, actualizar la Política Nacional de Deporte con la metodología y asistencia técnica de CEPLAN, enfatizando claramente las dimensiones de implementación, seguimiento y evaluación. Este documento, con la concurrencia del sector privado, la sociedad civil, el Estado y la asistencia técnica internacional, debe ser la llave que contribuya con la transformación total del deporte en el Perú.
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